15 de enero de 2006

Cuerpo y alma: una dualidad en Platón

En respuesta al comentario de mi anterior post, donde samrocha opina que “Platon no daba al hombre o mujer una dualidad de cuerpo y alma, ni tampoco un dualidad de "mundos" es algo muchas veces considerado en vista de la tradición neo-platonista empezando con Agustín y luego hecho común en teología y filosofía eclesial...” No comparto con él su punto de vista. Repasemos algunas de las obras del filósofo griego.
El Fedro es una obra del período de madurez, al que pertenecen también otras como El Banquete, La República y El Fedón. Los temas tratados en El Fedro pueden resumirse en los siguientes puntos: de la naturaleza del amor; la posibilidad de la retórica filosófica y de la naturaleza tripartita del alma.
En el Fedro habla Platón del alma que contempla “la esencia de lo que realmente es: incolora, sin figura, intangible, sólo visible para la inteligencia”, y que ve con nitidez “la justicia absoluta, la templanza absoluta y la ciencia absoluta; no tal cual aparecen en el mundo del devenir, no bajo los diversos aspectos de las cosas a las que hoy damos el nombre de realidad, sino la Justicia, la Templanza y la Ciencia que existen en Aquello que el Ser por Esencia y en realidad de verdad”.
El alma es distinguida por él netamente del cuerpo; es la posesión más valiosa del hombre, y la principal ocupación de éste debe consistir en procurar que su alma tienda hacia la Verdad. Así, al final del Fedro, Sócrates pronuncia esta plegaria: “¡Oh Pan querido y demás dioses que estáis presentes en estos lugares! Otorgadme la belleza en lo más íntimo de mí, y que mis dependencias exteriores se armonicen con las interiores. Que llegue yo a considerar al sabio como al único rico, y que mi fortuna en oro sea tal que sólo el temperado puede llevarla y conducirla”
¿Por qué afirmaba Platón que el alma es de naturaleza tripartita? Principalmente por la evidencia de los conflictos que ocurren en el interior del alma. En el Fedro aparece la comparación del elemento racional con una auriga y de las otras dos partes con un tiro de dos corceles. Uno de los corceles es de buen natural; el otro es el caballo malo, y mientras que el buen caballo es guiado fácilmente porque acata las órdenes del cochero, el caballo malo es indócil y tiene a obedecer las voces de la pasión sensual, por lo que hay que refrenarle y castigarle con el látigo.
¿Cómo demuestra Platón la inmortalidad del alma? En el Fedro se arguye que una cosa que mueve a otra y es, a su vez, movida por otra, puede dejar de vivir, lo mismo que puede dejar de ser movida. El alma, empero, es un principio automotor, fuente y principio de movimiento, y lo que es un principio tiene que ser increado, pues, de lo contrario, no sería un principio. Más, si es increado, es indestructible, puesto que si el alma, el principio del movimiento, se destruyese, el universo todo y la creación “sufrirán un colapso y se detendrían”.
A mayores, si tenemos en cuenta la teoría de la reminiscencia donde conocer es recordar, Plantón nos dice: “Si es verdadero lo que tú acostumbras a decirnos a menudo, de que el aprender (mathesis) no es otra cosa que recordar (anamnesia), es necesario que hayamos aprendido, en un tiempo anterior, aquello de lo que ahora nos acordamos. Y eso no sería posible si nuestra alma no hubiera existido en otro lugar antes de llegar a ser en esta forma humana. De modo que también por ahí parece que el alma es algo inmortal” (PLATÓN, Felón, 72e).
El alma, en este contexto, no es ya ese motor de la vida con distintas posibilidades de entender y percibir el mundo, sino un recipiente de la memoria; pero de una memoria que nos viene de una vida anterior a aquella de la que ahora somos conscientes. Un texto del Menón intenta demostrarnos tan singular tesis. Efectivamente, en este diálogo tiene lugar una especie de entrevista que Sócrates hace a un criado de Menón para probar que, sin saber geometría, y por medio de hábiles preguntas, se puede llegar a descubrir y entender complicados teoremas: “Y estas opiniones acaban de despertarse ahora en él como en un sueño. Y si se le siguiera preguntando, de distintas maneras, ten la seguridad de que acabaría por tener sobre estos temas un conocimiento tan exacto como cualquier otra persona” (PLATÓN, Menón, 85c)

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