14 de febrero de 2006

Las caricaturas, Mahoma y la libertad de expresión

¿Libertad de expresión o respeto a toda una comunidad de creyentes? Difícil tarea elegir entre ambos. Analicemos antes de escoger al caballo ganador.

Resulta que la evolución de Occidente ha introducido en nuestra vida cotidiana una palabra desconocida anteriormente en toda la historia si descontamos la Grecia Clásica: el concepto de libertad. “Si exceptuamos el griego, prácticamente todas las lenguas antiguas carecen de una palabra que nombre sin desprecio la expresión desinhibida de ideas y emociones. En latín, por ejemplo, libertas designa el estatuto jurídico del no esclavo, pero en modo alguno una consagración de la franqueza, algo que para la cultura romana – como para la china, la japonesa, la hindú, la cristiana clásica o la islámica – implica o bien petulancia (pronunciarse sobre una cuestión sin ser preguntado), o bien contumacia (ignorar la autoridad en cada materia), o bien desenfrenada licencia, cuando no las tres cosas a un tiempo.” (ESCOHOTADO, A. 1999, 222).

Contumacia y desenfrenada licencia es lo que arguyen los ofendidos por las caricaturas, pues ¿quienes son los infieles para dibujar al profeta en sus sucios periódicos o medios de comunicación? Cuando al poder se lo desarticula y desobedece, cuando los poderosos tienen miedo de que los corderos se vean también pastores de sus propias vidas, es decir, cuando la idea de libertad intenta anidar en una sociedad, cualquier excusa es buena para que no ocurra. Llamémosle así a la libertad de expresión falta de respeto al Islam, pero no en matar en New York, Madrid, Londres, Balí y un largo etcétera. Permitamos la vejación constante e inhumana de la mujer, pero no pasemos por el aro de dejar dibujar al profeta en unas caricaturas. Respetemos aquellos que han decidido no respetarse a ellos mismos.

“La libertad como valor último de la vida se adhiere a una idea de la verdad como resultado o experiencia, por contraste con quienes la consideran ya revelada, y cultivable con credos. Aunque en ambos casos verdad sea sinónimo de realidad, nos hallamos ante realidades distintas. Una se define sola, mientras no sea despojada de su recurso natural y suficiente, que es el abierto examen de las cosas”, como observaba Jefferson. La otra exige fe, y clausura los debates con un dogma u otro. Donde esta segunda es hegemónica, una densa malla de costumbres y reglamentos entorpece sin pausa tanto el lado formal como el material de la autonomía.” (ESCOHOTADO, A. 1999, 224-225).

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