El positivismo, en la vertiente más radical, bajo su pretensión de cientificismo objetivista y su desprecio por todo aquello que no sonase a ciencia pura, dejó marcado durante todo el siglo XX a muchos investigadores, independientemente de su pertenencia lo que se ha denominado ciencias naturales y ciencias humanas o del espíritu. Las reacciones a la dictadura positivista fueron varias desde la aceptación a pies juntillas de sus postulados hasta la repulsa más visceral.
Entre los primeros, se encuentras aquellas ciencias llamadas naturales o duras, es decir, la física, la matemática, la química, la biología, etc. Sus científicos defendían a capa y espada que sólo lo que sus disciplinas sacaban a luz podía ser considerado ciencia, pues eran las únicas ramas del saber que podían contrastar sus resultados tanto matemáticamente como en el laboratorio. Ocupa un lugar privilegiado en esta justificación el uso de las matemáticas, que se convirtió en el requisito fundamental para que una supuesta ciencia recibiese el honor de ser considerada como tal. Llegó a tal esa condición especial que incluso una de las ciencias sociales por excelencia, de hecho, la primera de todas, la economía, se pasó por así decirlo al bando contrario. La economía clásica representada por Adam Smith, David Ricardo, Malthus e incluso la rama historicista donde destacan autores como Hildebrand, Roscher, Knies y Max Weber; fue duramente atacada por la economía socialista y marxista, que llegó a debilitar bastante los cimientos de la economía política, la reacción de los economistas clásicos que no se consideraban clásico fue lo que se conoció como la Revolución Marginal, que se caracterizo por el uso cada vez más frecuente de las matemáticas en la argumentación teórica. Hoy en día, la economía no sería nada sin su armazón matemático y no hay teoría que pretenda ser considerada como válida en este campo que se presente sin sus modelos matemáticos. En sociología, hubo un primer intento de relacionar estudio social y ciencias naturales, como son los escritos de Comte, H. Spencer y toda la rama organicista, pero esa rama pronto se vio acorralada por otras más fuertes y mejor aceptadas como las iniciadas por Weber y Durkheim.
Y así se estuvo buena parte del siglo XX, bajo el dominio de una mentalidad newtoniana y determinista en el sentido de no considerar ciencia toda disciplina que no pueda o no quiera aplicar la matemática a sus modelos, todo estaba atado y bien atado. Pero nadie contaba que de golpe, todo orden iba a venirse al traste debido al surgimiento de la física de la relatividad y la física cuántica, y como no, de una nueva matemática, las matemáticas de la información y el control.
Resultó que de golpe las matemáticas, las herramientas perfectas, se empezaron a fijar en la información entre sistemas, en el caos, la incertidumbre, el azar. Y los positivistas más radicales empezaron a temblar.
La relatividad demostró que la posición del observador condiciona los resultados científicos, que el tiempo no es algo lineal e independiente, y Prigogine rompió definitivamente con la concepción de una flecha tiempo newtoniana de pasado, presente y futuro. El mundo cuántico nos metió de lleno en la incertidumbre, en el caos, en el azar y la estadística, en la imposibilidad de demostrar más allá de la teoría sus resultados; sí, es cierto, las matemáticas seguían siendo el fundamento básico de la física cuántica, pero se acabo lo de poder demostrar en el laboratorio lo que los modelos teóricos defendían. Incluso Einstein puso en duda que dios jugase a los dados.
Y si las ciencias duras sufrieron ese impacto, qué les pasó a las ciencias sociales, pues de todo un poco. Algunas como la psicología, la economía o la sociología empezaron a fijarse en los nuevos instrumentos matemáticos e incluso en los modelos sistémicos físicos, químicos y biológicos, surgiendo incluso disciplinas mixtas como la psicobiología o la sociobiología, pero lo común fue que los investigadores se cerrasen en banda despreciando esas herramientas y los nuevos campos, argumentando que la sociedad humana no puede estudiarse con metodologías tan deterministas.
Se trata de una actitud correcta defender la supuesta pureza de cada disciplina, de evitar un posible contagio por otras ciencias, de convertirse en una elite corporativista y dogmática que no acepta a compañeros de otros saberes a su lado; personalmente creo que no, porque la experiencia nos demuestra todo lo contrario: desde la teoría de sistemas, la teoría de la información, la sociobiología, la socio-física, la teoría de redes, la cibernética, etc. Qué importa perder un poco de orgullo si a cambio ganamos fiabilidad, instrumentos y nuevas vías teóricas y metodológicas.
Los futuros investigadores sociales no deberían ignorar las oportunidades que se abren, y debería ser desde las propias facultades y universidades que se propiciase el trabajo multidisciplinar e interdisciplinar, porque de cuantas más herramientas dispongamos, mejor estaremos en la situación de obtener buenos resultados.
Entre los primeros, se encuentras aquellas ciencias llamadas naturales o duras, es decir, la física, la matemática, la química, la biología, etc. Sus científicos defendían a capa y espada que sólo lo que sus disciplinas sacaban a luz podía ser considerado ciencia, pues eran las únicas ramas del saber que podían contrastar sus resultados tanto matemáticamente como en el laboratorio. Ocupa un lugar privilegiado en esta justificación el uso de las matemáticas, que se convirtió en el requisito fundamental para que una supuesta ciencia recibiese el honor de ser considerada como tal. Llegó a tal esa condición especial que incluso una de las ciencias sociales por excelencia, de hecho, la primera de todas, la economía, se pasó por así decirlo al bando contrario. La economía clásica representada por Adam Smith, David Ricardo, Malthus e incluso la rama historicista donde destacan autores como Hildebrand, Roscher, Knies y Max Weber; fue duramente atacada por la economía socialista y marxista, que llegó a debilitar bastante los cimientos de la economía política, la reacción de los economistas clásicos que no se consideraban clásico fue lo que se conoció como la Revolución Marginal, que se caracterizo por el uso cada vez más frecuente de las matemáticas en la argumentación teórica. Hoy en día, la economía no sería nada sin su armazón matemático y no hay teoría que pretenda ser considerada como válida en este campo que se presente sin sus modelos matemáticos. En sociología, hubo un primer intento de relacionar estudio social y ciencias naturales, como son los escritos de Comte, H. Spencer y toda la rama organicista, pero esa rama pronto se vio acorralada por otras más fuertes y mejor aceptadas como las iniciadas por Weber y Durkheim.
Y así se estuvo buena parte del siglo XX, bajo el dominio de una mentalidad newtoniana y determinista en el sentido de no considerar ciencia toda disciplina que no pueda o no quiera aplicar la matemática a sus modelos, todo estaba atado y bien atado. Pero nadie contaba que de golpe, todo orden iba a venirse al traste debido al surgimiento de la física de la relatividad y la física cuántica, y como no, de una nueva matemática, las matemáticas de la información y el control.
Resultó que de golpe las matemáticas, las herramientas perfectas, se empezaron a fijar en la información entre sistemas, en el caos, la incertidumbre, el azar. Y los positivistas más radicales empezaron a temblar.
La relatividad demostró que la posición del observador condiciona los resultados científicos, que el tiempo no es algo lineal e independiente, y Prigogine rompió definitivamente con la concepción de una flecha tiempo newtoniana de pasado, presente y futuro. El mundo cuántico nos metió de lleno en la incertidumbre, en el caos, en el azar y la estadística, en la imposibilidad de demostrar más allá de la teoría sus resultados; sí, es cierto, las matemáticas seguían siendo el fundamento básico de la física cuántica, pero se acabo lo de poder demostrar en el laboratorio lo que los modelos teóricos defendían. Incluso Einstein puso en duda que dios jugase a los dados.
Y si las ciencias duras sufrieron ese impacto, qué les pasó a las ciencias sociales, pues de todo un poco. Algunas como la psicología, la economía o la sociología empezaron a fijarse en los nuevos instrumentos matemáticos e incluso en los modelos sistémicos físicos, químicos y biológicos, surgiendo incluso disciplinas mixtas como la psicobiología o la sociobiología, pero lo común fue que los investigadores se cerrasen en banda despreciando esas herramientas y los nuevos campos, argumentando que la sociedad humana no puede estudiarse con metodologías tan deterministas.
Se trata de una actitud correcta defender la supuesta pureza de cada disciplina, de evitar un posible contagio por otras ciencias, de convertirse en una elite corporativista y dogmática que no acepta a compañeros de otros saberes a su lado; personalmente creo que no, porque la experiencia nos demuestra todo lo contrario: desde la teoría de sistemas, la teoría de la información, la sociobiología, la socio-física, la teoría de redes, la cibernética, etc. Qué importa perder un poco de orgullo si a cambio ganamos fiabilidad, instrumentos y nuevas vías teóricas y metodológicas.
Los futuros investigadores sociales no deberían ignorar las oportunidades que se abren, y debería ser desde las propias facultades y universidades que se propiciase el trabajo multidisciplinar e interdisciplinar, porque de cuantas más herramientas dispongamos, mejor estaremos en la situación de obtener buenos resultados.