20 de septiembre de 2006

El principio de precaución

Cayó en mis manos de forma fortuita un libro maravillosamente maquetado y diseñado, que aparte de su atractivo estético, reúne otros valores quizás más importantes para decidirse por su compra y lectura. Comenzaré por los personales y los más subjetivos, evitando así que las críticas de favoritismo que pueda mostrar por la recomendación ya las realice yo, dejando aquellos que quieran rebatir algo, la obligación de leerse el libro y dedicar nuestro tiempo de debate a cosas más provechosas. Como decía, existe una clara excusa personal para recomendar este libro, y es que está editado y coordinado por el profesor de la Facultad de Sociología de la Universidad de la Coruña, Juan de Dios Ruano Gómez, ex-docente mío y un verdadero maestro en el sentido clásico de la palabra. Sin embargo, su presencia también tiene una valoración mucho más objetiva, y es reflejo de que su nombre en una publicación es la seguridad de que lo que nos vamos a encontrar no nos dejará indiferentes, para bien o para mal, y que además, nos hallaremos ante uno de los pocos teóricos sociales en Galicia interesado por un tema apasionante como es la teoría de catástrofes y la sociedad del riesgo.
La obra recoge una serie de artículos en torno a un tema común, la catástrofe del Prestige, y un interés determinado que deja muy claro el título de la misma: “Riesgos colectivos y situaciones de crisis: el desafío de la incertidumbre”.
Para este artículo he escogido el capítulo primero, titulado “El principio de precaución” del profesor César Cierco Seira, investigador “Ramón y Cajal” del Ministerio de Educación y Ciencia y docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lleida. ¿Por qué este capítulo y este tema en concreto? Veámoslo.
Hace unos días atrás Pato me pidió que enlazase un blog de un amigo suyo, Reflex, y así lo hice. Y como no, también leí lo que en dicha bitácora virtual me encontré. Allí el autor hablaba sobre la necesidad de la creación de una institución pública en su país para gestionar el medio ambiente, una especie de Ministerio de Medio Ambiente como tenemos en España. El siguiente artículo y que ahora mismo es el último publicado, tiene como tema la necesidad de una integración entre las dos dimensiones del ser humano: su parte natural y su parte social; intentado desterrar tanto la visión naturalista como antropocéntrica de las ciencias naturales y sociales. Llevaba también implícito, o así creo haberlo entendido yo, como podemos hacer posible esta nueva visión de la dimensión humana en su relación entre el medio ambiente y el sistema económico actual. En esta pregunta es donde el artículo del profesor César Cierco Seira me ha mostrado una posible solución.
El principio de precaución podemos definirlo como una forma de actuar para intentar prevenir resultados no deseados, es decir, una nueva forma de gestión ante los futuros riesgos y las posibles crisis. Nace como consecuencia “de un nuevo sentir colectivo ligado a la voluntad de anticipar la acción del Estado a la concreción de nuevos riesgos o amenazas que ponen en jaque la salud o el medio ambiente…”[1]. Como bien señala el autor, sus orígenes tienen un claro poso en la defensa del medio ambiente, ya que sus referencias se remontan a la Carta Mundial de la Naturaleza, y mucho más claramente, en la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo.
Dicho principio supone que existen una serie de bienes colectivos como el medio ambiente o la salud pública, que deben ser amparados jurídicamente y protegidos de los posibles males que puedan serles causados, evitando así la posibilidad de un mal mayor o riesgo colectivo serio como fueron la SARS (neumonía asiática) o la llamada crisis de las vacas locas en Europa. Permite por lo tanto, la toma de medidas de anticipación y gestión previas al estallido de una crisis o una catástrofe, a pesar de que en el presente, la mera idea de esas situaciones esté llena de incertidumbre e incluso una explicación científica de la misma sea complicada. “El principio de precaución permite adoptar medidas contundentes, en ocasiones drásticas (piénsese así en el cierre de establecimientos, el sacrificio de animales, sin descartar la compulsión sobre las personas a través de la puesta en cuarentena, el internamiento forzoso, etc.); y no sólo eso, permite hacerlo de manera anticipada, antes de que los eventuales efectos dañinos lleguen a concretarse, con todas las ventajas que porta de suyo la intervención ex ante.”[2]
Evidentemente, como se habrán dado cuenta los lectores más avispados, esto supone también, al igual que señala el autor, un arma de doble filo, pues puede ser usado de forma maliciosa para medidas proteccionistas del libre comercio o la reducción de libertades personales e individuales.
Nos hallamos por tanto ante una serie de dudas y preguntas como quién debe ser en responsable de su aplicación, cuando debe ser aplicado, etc. Líbreme la presuntuosidad intelectual de tener una respuesta clara a estas preguntas, la cual prefiero dejar para los expertos jurídicos y políticos. Sin embargo, si tengo una serie de ideas al respecto, que no son más que meras opiniones al respecto.
La responsabilidad y la legitimidad de acción deberían caer en un organismo público totalmente independiente del gobierno de turno. Se debe evitar en todo momento que las decisiones de dicho organismo, con peligrosas consecuencias si no se aplican correctamente, dependan directamente del color político del Gobierno, de las influencias políticas y del juego por el poder que caracteriza la contienda electoral. ¿Se puede lograr? Quizás no totalmente, pero se debe poner todo el empeño en conseguirlo. Su funcionamiento por otra parte, debería poder contar con las opiniones tanto del lado científico del problema a prevenir como de los posibles afectados y perjudicados por las medidas que se adopten al respecto.
A la hora de su aplicación debe imponerse la razonabilidad, que César Cierco Seira describe como:
a) ante todo medidas pertinentes
b) no discriminatorias
c) coherentes
d) eficientes
e) proporcionales al problema a evitar
f) principio in dubio pro libertatis, es decir, entre medidas iguales de eficientes, elegir aquellas que supongan la menor injerencia o restricción de las libertades individuales.
g) provisionalidad
h) compensación justa.

La posible fricción entre posiciones liberales y este principio de precaución serán objeto de análisis en posteriores artículos, pero de momento, creo que este principio supone una posible respuesta, por lo menos en apariencia, a la pregunta lanzada desde el blog Reflex.

[1] César Cierco Seira: “El principio de precaución” en Juan de Dios Ruano Gómez (ed.): Riesgos Colectivos y situaciones de crisis: el desafío de las incertidumbres”. Servicio de Publicaciones de la Universidad da Coruña. A Coruña. Monografía 108. pág. 17.
[2] Ibid. Pág. 19.

10 de septiembre de 2006

Más técnicos, menos sociólogos

Mi afán polémico adquiere cada día aspectos desconocidos e incluso sorprendentes, pero qué seria de la vida sin un poco de salsa picante. Es así que leyendo “Cuentos Chinos. El engaño de Washington y la mentira populista en América Latina” de Andrés Oppenheimer, me encontré con una pequeña perla que me hizo brillar los ojitos y esbozar una maliciosa sonrisa, cómo dejar pasar un texto con tan sugerente título “MÁS TÉCNICOS, MENOS SOCIÓLOGOS”. De esta forma, aún con el riesgo de exponerme a una demanda por derechos de propiedad intelectual, expongo completo el texto anteriormente citado para que ustedes saquen sus propias conclusiones, yo por mi parte puedo decir que me ha parecido delicioso. Que lo disfruten.

MÁS TÉCNICOS, MENOS SOCIÓLOGOS
¿Qué fue, entonces, lo que hizo progresar tanto a Irlanda en tan poco tiempo? ( el autor repasa el milagro del desarrollo irlandés, intentando buscar sus causas y ver si es posible una extrapolación para copiar dicho modelo a Latinoamérica) Además del Acuerdo Social, Irlanda eliminó las trabas que obstaculizaban el establecimiento de empresas, convirtiendo al país en uno de los más amigables para las inversiones extranjeras. Hoy día, para abrir una empresa en Irlanda hacen falta sólo tres procedimientos legales que se realizan en un promedio de doce días, según las tablas del Banco Mundial. Comparada con México, donde se requieren siete trámites legales y cincuenta y un día, o Argentina donde hacen falta quince trámites burocráticos y sesenta y ocho días, Irlanda es el paraíso para las inversiones extranjeras.
Otros factores clave de las políticas de Irlanda para atraer las inversiones extranjeras fueron el apoyo estatal a la investigación universitaria de productos con posibilidades comerciales y los lazos tendidos por el gobierno a la diáspora irlandesa –sobre todo en Estados Unidos – para atraer empresas al país. Tras desregular la industria de las telecomunicaciones, que hizo bajar enormemente el coste de las llamadas telefónicas internacionales y las conexiones por Internet, y recortar los impuestos corporativos, Irlanda se propuso como política de Estado atraer a las principales empresas de informática del mundo. Y para poder abastecerlas con mano de obra cualificada, los sucesivos gobiernos invirtieron fuertes sumas en las décadas de 1980 y 1990 para estimular las carreras universitarias de ciencia y tecnología, creando dos nuevas universidades y dándoles más dinero a las existentes.
Antes de su entrada en la UE, Irlanda al igual que los países latinoamericanos de hoy, tenía un enorme porcentaje de sus estudiantes en carreras vinculadas a las ciencias sociales. Pero el país resolvió que necesitaba más científicos y técnicos, y menos sociólogos. En la década de 1990 el número de estudiantes que siguen carreras de ciencias y tecnología aumentó en más del ciento por ciento. Los estudiantes de informática, por ejemplo, aumentaron de 500 en el año 1990 a 2.000 en 2003, según cifras oficiales.
“Desde la década de 1970, cuando entramos en la Unión Europea, hemos tenido una política de estado deliberada en el sentido de destinar más recursos a las escuelas de ingeniería y las ciencias – me señaló Dan Flinter, el presidente de Enterprise Ireland, una especie de Ministerio de Planificación del gobierno irlandés –. Lo hicimos mediante la creación de dos nuevas universidades, específicamente destinadas a estas carreras.”
Desde la escuela primaria, los maestros irlandeses –siguiendo las orientaciones del Ministerio de Educación – incentivan al estudio de las carreras técnicas utilizando cualquier excusa, me comentaron varios padres de niños en edad escolar. Por ejemplo, una tarea típica para los estudiantes es analizar un concierto de rock de U2 desde decenas de aspectos técnicos: desde la fabricación del podio donde tocan los músicos, hasta la acústica del local, pasando por los detalles comerciales administrativos del evento. Otra tarea se centra en el estudio del club de fútbol favorito de cada estudiante, incluyendo la construcción de un estadio, su contabilidad y administración.
El énfasis nacional sobre la educación en los últimos años produjo un impacto cultural enorme, al punto de que los principales periódicos del país dedican varias páginas al día a noticias educativas, como debates de expertos en torno de los rankings de las mejores escuelas del país, o críticas de escuelas primarias, secundarias o universidades hechas de forma parecida a las críticas musicales o artísticas.
El gobierno apoyaba fuertemente las investigaciones científicas y técnicas que tuvieran posibilidades comerciales. Según Flinter, el encargado de la agencia de planificación económica irlandesa, una de las principales responsabilidades de su agencia era identificar proyectos de investigación promisorios en las universidades y aportarles fondos para que pudieran concretarse. Como promedio, Enterprise Ireland invierte fondos estatales en unos setenta proyectos en distintas universidades para el desarrollo de productos con posibilidades comerciales, me explicó. Por ejemplo, en ese momento, la agencia acabada de constituir un fondo de inversión con empresas privadas para el desarrollo de un proyectos de informática con aplicaciones para teléfonos celulares. “¿Qué significa eso?”, pregunté. “Significa que, junto otros socios, hemos dado un millón de euros a un equipo de investigadores del Trinity Collage para que desarrolle una aplicación concreta de un programa par que pueda ser usado para juegos en teléfonos celulares – respondió Flinter –. Le damos al equipo de investigadores de seis a nueve meses para que desarrolle la aplicación, luego hacemos las pruebas y después salimos a ofrecer el producto a las empresas de telefonía celular.”
A medida que aumentaba el número de proyectos y varios de ellos resultaban en éxitos comerciales, Enterprise Ireland vendía sus acciones en las empresas y, con suerte, recuperaba con creces su inversión original. En un buen año, la agencia de planificación irlandesa recaudaba cien millones de dólares de la venta de acciones en las empresas embrionarias que participaba. Eso representaba un tercio del presupuesto total de la agencia estatal, que cuenta con novecientos empleados públicos y 34 oficinas comerciales en todo el mundo para la promoción de las exportaciones irlandesas.
[…]

Ahora les toca a ustedes decir que piensan al respecto.

8 de septiembre de 2006

J.F. Lyotard y la postmodernidad:una visión demasiado catastrofista

Jean-François Lyotar es un filósofo y sociólogo francés reconocido a nivel mundial por ser uno de los fundadores de lo que se ha denominado postmodernidad. Una definición de postmodernidad resulta muy difícil, pues se trata de un concepto donde tienen cabida multitud de movimientos, ideologías, opiniones, etc. pero si algo lo caracteriza todo es su crítica a la Modernidad que le precedía. Así que, a riesgo de caer en un simplismo ofensivo para el lector experto, podemos afirmar que la postmodernidad es la crítica a los postulados de la Modernidad del siglo XIX.
¿Qué es lo que se le critica? Pues que todas las promesas y sueños que los ideales modernos auguraban no se cumplieron durante el siglo XX, pero lo que es más, las ideas centrales de verdad, conocimiento científico, razón, universalismo, etc. no pueden seguir siendo usados como legitimadores del devenir social. Lyotard en su libro “La condición postmoderna”, en un discurso con claras referencias a Emile Durkheim, nos dice que en toda sociedad existe un centro legitimador, que se conoce como metarrelatos, que cohesionan y articulan el todo social. Así, en las sociedades premodernas el metarrelato era de origen mítico y religioso, en la modernidad ocupan su lugar los metarrelatos basados en la Razón Ilustrada. ¿Y cuales son esos metarrelatos de la Modernidad?, pues el principio de emancipación de la ignorancia y la servidumbre por medio del conocimiento y la igualdad; el principio de emancipación de la pobreza por el desarrollo técnico y económico del sistema capitalista; y por último, el principio de emancipación de la explotación gracias al discurso marxista. En la postmodernidad estos metarrelatos se han mostrado falsos y ya no tienen capacidad legitimadora. Esa es la principal característica de la postmodernidad.
Lyotard nos dice que todo se debe a que la verdad, el conocimiento, ha pasado por una transformación radical y totalmente destructiva. La TEORÍA, es decir, el conocimiento meramente especulativo, metafísico, el pensar por el pensar ha desaparecido por un tecnicismo radical que nos ha llevado del “sapera audare” al “¿para qué sirve esto?”. Como muy bien indica Manuel Cruz: “Aquellas viejas narraciones, entre autocomplacientes y consoladoras, que integraban la instancia gnoseológicas y la moral en una global historia de la evolución del Espíritu (o de la Humanidad) han dejado paso a la cruda constatación del carácter de fuerza productiva central que ha adquirido la ciencia en las sociedades industriales avanzadas, a la evidencia incontestable de que el conocimiento tiende a ser traducido en cantidades de información, las cuales a su vez, circulan en el mercado como una mercancía más que se compra y se vende. […] Ha roto su vinculación con determinados ideales para abandonarse al sistema productivo: ha sumido de esta forma sus criterios de rentabilidad y eficacia.” En otras palabras, Lyotard habla de una victoria de la tecnociencia capitalista: “No es la ausencia de progreso, sino, por el contrario, el desarrollo tecnocientífico, artístico, económico y político lo que ha hecho posible el estallido de las guerras totales, los totalitarismos, la brecha creciente entre la riqueza del norte y la pobreza del sur, la desculturización general con la crisis de la Escuela, es decir, de la transmisión del saber…”.
Y como las bases centrales de la Modernidad se han mostrado falsas y han perdido capacidad legitimadora, el discurso que sigue a la Postmodernidad es el relativismo extremo. La idea de Occidente de la Ilustración es falsa y no sirve, entendiendo por esto que la ciencia, la política, la sociedad, el pensamiento, el sistema económico, etc. occidental no es válido ni aceptable. Se impone el relativismo extremo. Y es así como se produce lo que yo llamo “la gran confusión”. Explicaré a qué me refiero con esa expresión más adelante, ahora me centraré en criticar la visión que ofrece Lyotard.
El pensador francés nos ofrece en resumidas cuentas la siguiente idea: la Ilustración se ha vendido a su propio cáncer, que no es otro que el sistema de producción capitalista. Así, el conocimiento se ha transformado en comunicación, más en concreto en información, y toda información debe ser útil por su aplicaciones no por su valor intrínseco. Se trata, por lo tanto, de un discurso marxista escondido propio de un marxista defraudado por el propio marxismo. Pero cuidado, las palabras de Lyotard no pierden valor por tener una esencia marxista, sino por aplicar de manera estupenda los postulados de la postmodernidad que defiende.
Cuando Lyotard defiende la Teoría por encima de la praxis, el conocimiento como una metafísica superior de la praxis, cae en el riesgo que supone la mera especulación. Cómo sino explicar la gran mentira que supone decir lo expresado en la cita anterior, afirmando que los problemas del mundo actual son el resultado de la victoria de la tecnociencia. Cómo puede uno afirmar lo afirmado y quedarse tan tranquilo, tan relajado sin aportar pruebas, sin quedarse en la mera retórica. Fácil. El hacerlo supone para Lyotard su propio fin.
Las afirmaciones anteriores no se sustentan bajo la evidencia empírica, porque las guerras totales son algo del presente y del pasado. Acaso, como definiríamos sino los enfrentamientos entre Alejandro Magno y el Imperio Persa, o el Imperio Romano contra Cartago; todo el mundo “conocido” de aquel entonces se encontraba en guerra, se trataban de guerras totales como lo han sido las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX. Algo más difícil es lo referente a la brecha entre la riqueza del norte y la pobreza del sur. El problema que plantea aquí Lyotard padece de simplismo, y así lo haré ver en un artículo que publicaré más adelante sobre un texto de Xavier Sala i Martín al respecto sobre los mitos que existen en torno al tema de la manida brecha entre ricos y pobres. También es un mito la desculturización de la Escuela. Este discurso se lleva oyendo desde que existe la institución. Todas las generaciones anteriores afirman que los contenidos que se imparten en las instituciones educativas son peores que los recibidos por ellos. Que las generaciones futuras no leen a los clásicos, no aprenden latín ni griego, que desconocen la historia antigua y tienen mera idea superficial de la historia posterior, etc. Es decir, las generaciones jóvenes no tienen conocimientos verdaderos ni válidos, desconocen el verdadero conocimiento, que por supuesto, si poseen las generaciones mayores. Pero, entonces cómo es posible la física cuántica, la genética, la bioquímica, la nanotecnología, la informática, etc.
El discurso de Lyotard es un discurso victimista por un lado y peligroso por otro. Victimista porque creo que se trata del pensamiento de un hombre incapaz de comprender el mundo que le rodea, que se encuentra perdido y confuso, que ha sido incapaz de adaptarse o que no ha querido hacerlo, a las exigencias que la actualidad y el futuro nos exigen. Parece la pataleta de un niño que no entiende porque su mundo, el mundo imaginado o deseado por él no se cumple o no se ha cumplido, y ante los problemas de observa, al no disponer de las herramientas necesarias para su análisis, que le impiden una comprensión mejor de ellos, opta por el discurso ideológico y meramente filosófico, que no carente de valor, si debe ser tratado como de lo que realmente se trata: simple discurso metafísico, pero no científico. Peligroso, porque de ese discurso se desprenden ideas como el multiculturalismo, el relativismo radical, el criticismo al quehacer científico, etc.
Aunque la idea central del multiculturalismo pueda ser válida, no debemos olvidar como bien defiende Giovanni Sartori no todas las culturas son válidas, ni todas las prácticas culturales deben ser aceptadas. ¿Podemos permitir la sharia en occidente, o la mutilación del clítoris, etc.? ¿Deben aprender los niños indiferentemente de su credo la teoría de la evolución?. Esas preguntas nunca deben ser contestadas desde el multiculturalismo.
El relativismo pueden hacernos pensar que valores capitales como la libertad y la igualdad, por ejemplo, no son aceptables, que pueden ser discutidos y rebatidos, que no son conceptos universales, pero incluso, podemos llevar ese discurso sobre la vida y la muerte, etc.
El criticismo científico ya lo he tratado hace dos post en este mismo blog, pero diré que cuidado con los demagogos, los charlatanes, los discursistas del mensaje vacío. La ciencia no es la verdad absoluta, desde luego, pero es el camino que más se le acerca. Es por todo esto que el postmodernismo es una visión vacía y alejada de la realidad. Se trata de un pensamiento que todo lo critica pero que es incapaz de demostrar y ofrecer nada, porque su propia esencia es nada. Si no hay nada absoluto, si no hay posibilidad ya de ciencia, de conocimiento, si la praxis ha acabado con nosotros y la teoría se queda en mera especulación, el postmodernismo sólo ofrece lo que ofrece la religión: espíritu. Cómo vamos a pedir a un discurso meramente metafísico resultados, caminos, soluciones prácticas, eso sería como pedir peras a un olmo.