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24 de enero de 2010

La revolución equivocada

No soy yo muy partidario de las ideas del historiador británico Tony Judt sin embargo, su artículo de hoy en El País me parece muy acertado. Se muestra crítico con los jóvenes participantes del Mayo del 68, los cuales pensaban que cambiaban el mundo y luego regresaban al calor de sus hogares, mientras a pocos kilómetros otros miles de jóvenes luchaban de verdad en Praga y Varsovia contra la todopoderosa maquinaria comunista rusa.

FRAGMENTO LITERARIO: LECTURA

Revolucionarios

EL PAIS, 24 DE ENERO DE 2010

Activo, pese a la tetraplejia que él mismo describía en su texto 'Noche' del pasado domingo, Tony Judt hace un alarde de brillantez y humor en este relato, a modo de memorias, en el que da un repaso a los años sesenta, su época juvenil, marcada por los Beatles, la minifalda, la guerra de Vietnam o la primavera de Praga

Yo nací en Inglaterra en 1948, suficientemente tarde, por unos años, para no tener que hacer el servicio militar obligatorio, pero a tiempo para los Beatles: tenía 14 años cuando sacaron Love me do. Tres años después aparecieron las primeras minifaldas, y yo era lo bastante mayor como para valorar sus virtudes y lo bastante joven como para aprovecharlas. Crecí en una época de prosperidad, seguridad y confort y, por tanto, al cumplir 20 años, en 1968, me rebelé. Como tantos jóvenes pertenecientes al baby boom, fui conformista en mi inconformismo.

No cabe duda de que los sesenta fueron una buena época para ser joven. Todo parecía estar cambiando a una velocidad sin precedentes, y el mundo parecía dominado por la juventud (una observación verificable si se ven las estadísticas). Por otro lado, al menos en Inglaterra, el cambio podía ser engañoso. Los estudiantes nos oponíamos ruidosamente al apoyo que el Gobierno laborista daba a la guerra de Vietnam de Lyndon Johnson. Recuerdo al menos una de aquellas manifestaciones en Cambridge, después de una conferencia de Denis Healey, entonces ministro de Defensa. Perseguimos su coche hasta las afueras de la ciudad, y un amigo mío, hoy casado con la Alta Representante de Asuntos Exteriores de la UE, saltó al capó y golpeó con furia las ventanillas.

Sólo que, cuando Healey se alejaba, nos dimos cuenta de lo tarde que era; la cena en el comedor de la universidad empezaba en cuestión de minutos y no queríamos perdérnosla. Mientras volvíamos al centro, me tocó trotar al lado de un policía de uniforme que había estado vigilando la multitud. Nos miramos: "¿Cómo le parece que ha estado la manifestación?", le pregunté. Como si fuera una pregunta de lo más corriente -sin ver en ella nada extraordinario-, me contestó: "Oh, creo que ha estado bastante bien, señor".

Es evidente que Cambridge no estaba maduro para la revolución. Tampoco lo estaba Londres: en la famosa manifestación de Grosvenor Square, ante la embajada estadounidense (de nuevo a propósito de Vietnam; como tantos de mis contemporáneos, me movilizaba sobre todo contra las injusticias cometidas a miles de kilómetros de distancia), apretado entre un aburrido caballo de la policía y unas vallas, sentí algo húmedo y caliente que me corría por la pierna. ¿Incontinencia? ¿Una herida que sangraba? No fui tan afortunado. Me había estallado en el bolsillo una bomba de pintura roja que pretendía arrojar contra la embajada.

Esa misma tarde, yo tenía que cenar con mi futura suegra, una señora alemana de instinto impecablemente conservador. No creo que su opinión de mí, ya bastante escéptica, mejorara cuando llegué cubierto desde la cintura hasta el tobillo por una sustancia roja y pegajosa; ya se había alarmado al saber que su hija salía con uno de esos izquierdistas desaliñados que gritaban "Ho, Ho, Ho Chi Minh" y a los que había visto con cierta repugnancia por televisión esa tarde. Lo único que sentí yo, por supuesto, fue que se tratara de pintura y no de sangre. Oh, épater la bourgeoise.

Para vivir una revolución de verdad, desde luego, uno iba a París. Como muchos de mis amigos y contemporáneos, fui allí en la primavera del 68 para observar -para respirar- la auténtica historia. O, al menos, una representación increíblemente fiel de la auténtica historia. O, tal vez, en las escépticas palabras de Raymond Aron, un psicodrama representado en el mismo lugar en el que, en otro tiempo, la auténtica historia había formado parte del repertorio. Dado que París había sido verdaderamente un escenario de revolución -gran parte de nuestra interpretación visual del término deriva de lo que sabemos sobre los sucesos que allí ocurrieron en los años 1798-1794-, a veces era difícil distinguir entre la política, la parodia, el pastiche... y la representación.

En cierto sentido, todo era tal como debía ser: verdaderos adoquines, problemas reales (o suficientemente reales para los participantes), violencia real y, de vez en cuando, víctimas reales. Sin embargo, desde otro punto de vista, a todo aquello parecía faltarle algo de seriedad: incluso en aquellos momentos me costaba mucho creer que bajo los adoquines estaba la playa (sous le pavés la plage), y todavía más que una comunidad de estudiantes descaradamente obsesionados con sus planes de verano -recuerdo lo mucho que se hablaba, en medio de intensos debates y manifestaciones, de ir a pasar las vacaciones a Cuba- pretendiera seriamente derrocar al presidente Charles de Gaulle y su Quinta República. De todas formas, con sus propios hijos en las calles, muchos comentaristas franceses aparentaban creer que podía suceder y estaban, por consiguiente, nerviosos.

Al final, no ocurrió nada serio y todos volvimos a casa. En su momento, me pareció que Aron había sido innecesariamente despectivo; era su dispepsia, provocada por el entusiasmo adulador de algunos de sus colegas, que se sentían arrebatados por los sosos clichés utópicos de sus atractivos pupilos y estaban deseando unirse a ellos. Hoy tendería a compartir su desprecio, pero entonces me pareció excesivo. Lo que más parecía molestar a Aron era que todo el mundo estaba divirtiéndose y, a pesar de su inteligencia, no era capaz de ver que, aunque divertirse no es lo mismo que hacer la revolución, muchas revoluciones han comenzado entre juegos y risas.

Uno o dos años después visité a un amigo que estudiaba en una universidad alemana; Gottinga, creo recordar. Resultó que, en Alemania, "revolución" significaba algo muy distinto. Nadie se divertía. A ojos de un inglés, todos parecían indescriptiblemente serios y alarmantemente preocupados por el sexo. Eso era una cosa nueva: los estudiantes ingleses pensaban mucho en el sexo, pero lo practicaban muy poco, mientras que los estudiantes franceses eran mucho más activos (o al menos me lo había parecido), pero mantenían el sexo y la política separados. Salvo por el llamamiento ocasional de "haz el amor y no la guerra", su actividad política era intensamente -absurdamente- teórica y seca. La participación de las mujeres -si es que la había- se limitaba a hacer café y compartir la cama (y aparecer como accesorios visuales a hombros de los varones para posar ante los fotógrafos de prensa). No es de extrañar que poco después apareciera el feminismo radical.

En Alemania, por el contrario, la política tenía que ver con el sexo, y el sexo, en gran medida, con la política. Me sorprendió descubrir, mientras visitaba a un colectivo de estudiantes alemanes (todos los estudiantes alemanes que conocí parecían vivir en comunas, compartiendo grandes pisos y las parejas respectivas), que mis contemporáneos de la Bundesrepublik se creían verdaderamente su propia retórica. Me explicaban que abordar las relaciones sexuales de manera despreocupada y sin ningún tipo de complejo era la mejor forma de liberarse de cualquier ilusión sobre el imperialismo americano y representaba una limpieza terapéutica del legado nazi de sus padres, que caracterizaban de sexualidad reprimida disfrazada de arrogancia nacionalista.

La idea de que una persona de 20 años en Europa Occidental podía exorcizar la culpa de sus padres despojándose (y despojando a su pareja) de ropas e inhibiciones -deshaciéndose metafóricamente de los símbolos de la tolerancia represiva- me pareció, desde mi perspectiva de izquierdista empírico inglés, algo sospechosa. Qué suerte que el antinazismo exigiera -hasta el punto de definirse en función de ellos- orgasmos en serie. Claro que, pensándolo bien, ¿quién era yo para quejarme? Un estudiante de Cambridge cuyo universo político estaba limitado por policías respetuosos y la limpia conciencia de un país victorioso que no había sido ocupado no era quizá el más apropiado para juzgar las estrategias purgativas de otros.

Tal vez no me habría sentido tan superior si hubiera estado más al tanto de lo que estaba sucediendo a unos cuantos kilómetros al este. ¿Cómo de hermético debía de ser el mundo de la guerra fría en Europa Occidental para que yo -estudiante aventajado de historia (!), judío originario de Europa del Este, que hablaba varios idiomas y había viajado mucho por mi mitad del continente- ignorase por completo los cataclísmicos acontecimientos que estaban produciéndose en Polonia y Checoslovaquia en esa misma época? ¿Me atraía la revolución? Entonces, ¿por qué no fui a Praga, sin la menor duda el lugar más apasionante de Europa en aquel momento? ¿O a Varsovia, donde mis coetáneos corrían peligro de expulsión, exilio y cárcel por sus ideas y sus ideales?

¿Qué dice de las falsas ilusiones del Mayo del 68 el hecho de que no pueda recordar ni una sola alusión a la Primavera de Praga, ni mucho menos al levantamiento estudiantil de Polonia, en nuestros serios debates radicales? Si hubiéramos sido menos provincianos (cuarenta años después, resulta difícil transmitir el grado de intensidad con el que podíamos llegar a discutir la injusticia de los horarios de cierre de la universidad), habríamos podido dejar una huella más duradera. En cambio, sólo sabíamos hablar hasta altas horas de la noche de la Revolución Cultural china, las revueltas en México e incluso las sentadas en la Universidad de Columbia. Salvo por algún que otro alemán despreciativo, satisfecho de considerar al checo Dubcek como otro renegado reformista, nadie hablaba de Europa del Este.

En retrospectiva, no puedo evitar pensar que perdimos una oportunidad. ¿Marxistas? Entonces, ¿por qué no estábamos en Varsovia debatiendo los últimos fragmentos del revisionismo comunista con el gran Leszek Kolakowski y sus alumnos? ¿Rebeldes? ¿Por qué causa? ¿A qué precio? Incluso los escasos conocidos míos que tenían la mala suerte de pasar una noche en la comisaría solían estar de vuelta en casa para la hora de la comida. ¿Qué sabíamos nosotros sobre el valor que hacía falta para soportar semanas de interrogatorios en las prisiones de Varsovia, seguidas de condenas de cárcel de uno, dos o tres años para estudiantes que se habían atrevido a pedir las cosas que nosotros dábamos por descontadas?

A pesar de nuestras ostentosas teorías sobre la historia, no fuimos capaces de reconocer uno de sus hitos fundamentales. Fue en Praga y Varsovia, en aquellos meses de verano de 1968, donde el marxismo acabó consigo mismo. Fueron los rebeldes estudiantiles de Europa Central quienes después debilitaron, desacreditaron y derrocaron no sólo un par de regímenes comunistas ruinosos, sino la propia idea del comunismo. Si nos hubiera preocupado un poco más el destino de las ideas que manejábamos con tan poca sinceridad, tal vez habríamos prestado más atención a las acciones y las opiniones de quienes se habían educado bajo su sombra.

Nadie debe sentirse culpable por haber nacido en el lugar apropiado y el momento oportuno. En Occidente fuimos una generación afortunada. No cambiamos el mundo; más bien, el mundo se avino a cambiar para nosotros. Todo parecía posible: a diferencia de los jóvenes de hoy, nunca tuvimos la menor duda de que íbamos a tener un trabajo interesante y, por tanto, no sentíamos la necesidad de desperdiciar nuestro tiempo en nada tan degradante como la "escuela de negocios". Casi todos acabamos trabajando en la educación o en la administración pública. Dedicamos nuestras energías a hablar de lo que no funcionaba en el mundo y cómo cambiarlo. Protestamos contra las cosas que no nos gustaban, e hicimos bien. Desde nuestro punto de vista, al menos, fuimos una generación revolucionaria... Qué lástima que nos perdimos la revolución.

© Tony Judt, 2010. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. La semana próxima, un nuevo artículo de Tony Judt.


23 de septiembre de 2009

La izquierda busca su meta. Actualización.

El 16 de Mayo del 2007 escribí esta carta, publicada en este mismo blog, a un gran amigo que me preguntaba por el vacío existencial que experimentaba por sus ideas políticas. Una persona de izquierdas como él que nadaba en un mar de nada, en un agua de conceptos huecos. No se daba cuenta de que experimentaba en sus propias carnes lo que la izquierda venía padeciendo desde hace mucho tiempo.

Han pasado ya más de dos años y nada me hacía sospechar que la situación política española iba a ajustarse a las ideas de esa misiva. Las ideas de vacío y confusión, de un permanente anonadar, en las múltiples entradas que recoge la RAE al término, del quehacer político del Gobierno son la muestra clara de una izquierda totalmente extraviada.

Y en ese caminar totalmente ciego, pecan de orgullo y soberbia hasta límites insospechados. Hasta el punto de afirmar que "bajar impuestos es de izquierdas" para luego sostener que "subir impuestos es de izquierdas." Ellos son el todo y la nada, el continente y el contenido, el alfa y el omega donde buscar la salvación. Con razón afirmaba Lenin: " El marxismo es todopoderoso porque es cierto."

Cantemos pues "La Internacional" con el puño bien alzado mientras nuestros cuerpos se visten de ropajes y diseños exclusivos.

"¡Arriba parias de la tierra!
¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión. [...]"


La izquierda busca su meta

“Se entiende que el caos de la libertad sobrecoja, y que una añoranza de estructuras fijas funcione como aliado del no menos antiguo maniqueísmo: o blanco o negro, o bueno o malo, o verdadero o falso. Pero cierto grado de civilización promueve órdenes extensos, dotados de una complejidad intrínseca, donde con una mezcla de anacronismo y buena voluntad no dejan de brotar nostalgias por lo simple…”
Antonio Escotado, Espontaneidad y complejidad (2º Versión), en www.antonioescohotado.com

Podía haber titulado esta carta como “Los miedos de la izquierda, los sufrimientos del individuo”, pero he preferido ser más correcto y me he decantado por “La izquierda: ¿quién se ha llevado mi brújula”. Cuando mencionas que: “Yo no se mucho de la izquierda europea más que nada porque la busco y no la encuentro…” te entiendo perfectamente, es normal, es el resultado de un proceso lógico a donde los actos de la izquierda le han llevado. Un vacío existencial, y para ser mucho menos filosófico y más terrenal, un vacío intelectual. La izquierda se encuentra vacía porque nada tiene que ofrecer a un mundo del cual siempre ha negado formar parte y, principalmente, porque todas sus aportaciones se han visto una y otra vez desmentidas y borradas.

La izquierda encontró en la demonización del capitalismo su aliento vital, porque la derecha reclamó antes la defensa de la tradición y el liberalismo la figura del individuo y la libertad. Aún así, pocos recuerdan que el terreno de la crítica hacia el capitalismo no es únicamente campo de abono de la izquierda, y la derecha conservadora[1] de figuras como Joseph Schumpeter, Michael Novack, Daniel Bell o incluso Rusell Kira defendían que el capitalismo no sólo en su desarrollo económico o industrial, sino que incluso su influencia moral y cultural son nefastas para la sociedad; culpable incluso de vulgarizar, de “la fealdad, la monotonía, el hastío de la moderna existencia industrial.” Ironías del destino, la especialización del sistema capitalista llevo a abandonar esta rama tan poco productiva electoralmente a la derecha y dejar a la izquierda estos menesteres anti-capitalistas, mucho más productivos por lo visto en este tipo de trabajo.

Puestos entonces en su laboriosa tarea de criticar al sistema capitalista, pronto se dan cuenta de que necesitan un profeta, un guía y un concepto que les muestre el camino. Entonces llega Marx. Y Marx dice que todo es historia y que la historia es ciencia, y que además se repite, con otros ropajes, es cierto, pero se repite. No los sucesos o los hechos, pero si las estructuras de poder y dominación. Y encuentra el santo grial que la izquierda deseaba.

La cosa evoluciona y se llega casi a lo que los intelectuales de izquierda llegaron a llamar el paraíso proletario en la tierra: la URSS. Experimento socialista y comunista que fascinó y sigue fascinando a muchos que no sufrieron bajo los brazos tiránicos de sus líderes de partido. Este sueño de verano, aunque no de una noche lamentablemente, se rompe y entonces empiezan a oler las miserias de la planificación centralizada y del paraíso obrero en la tierra. Primer mazazo.

Mientras en la URSS se desarrolla la rebelión en la granja, en el resto de Europa las condiciones de vida mejoran de forma exponencial a pesar incluso de dos guerras mundiales. La clase proletaria se diluye y el término empieza a perder significación

 “[…] a medida que iba descubriendo nuevas maneras de hacer dinero-, el capitalismo ha producido más márgenes de ganancia empresarial, más dividendos para los inversores y más cotizaciones sociales, acercándose así a la gran sociedad prometida por Adam Smith, donde el progreso material suscitado por una eficiencia en el empleo de los recursos (gracias a que nadie lo organiza) se articula con el sistema de libertades y garantías conocido como Estado de Derecho.”[1]

Segundo mazazo, ya no tenemos perjudicados a los que la izquierda pueda seguir apelando.

Si bien es cierto que la solución al anterior problema de no tener a quien defender pronto se vio solucionada por la escuela de Frankfurt. Y es que Adolf Hitler apareció en un momento en que la izquierda necesitaba urgentemente de alguien a quien atacar. No quiero decir aquí que este señor merezca ser defendido, sino que críticas más contundentes y feroces contra el nazismo fueron realizadas por los estudiosos de la escuela de austriaca como Frank A. Fetter; Ludwig von Mises; Friedrich August von Hayek; Friedrich A. Lutz; Vera C. Smith Lutz; Ludwig M. Lachmann; Alberto Benegas Lynch; Peter T. Bauer; Murray N. Rothbard; Israel M. Kirzner y otros muchos; pero se les ha leído mucho menos en cualquiera de los estamentos intelectuales, dominados por la elite de la izquierda.

Los intelectuales de la escuela de Frankfurt dotaron a la izquierda del nuevo grial que defender del capitalismo: la cultura y su malestar. Malestar por su masificación. Sin embargo, la crítica no pudo ir mucho más allá, porque iba en contra de uno de sus principios como era la educación para todo el mundo y derecho de acceso a la cultura de todo individuo. Claro que ellos siguen intentando definir lo que es cultura y lo que no, pero las luchas de las elites por nombrar lo que es mayúscula o minúscula en el campo de las artes es un debate que no nos concierne. He podido leer porque alguien inventó primero la imprenta y luego la fabricación en serie y me permitió comprar un libro a un precio aceptable. Tercer mazazo para la izquierda, y aún nos quedan.

Sin clases proletarias, burgueses sin escrúpulos, con una cultura al alcance de todos y el paraíso convertido en infierno, la izquierda se dijo que o encontraba algo o estaba perdida, ¡y vaya si lo encontró!, la globalización y el individuo. Este:

 " nuevo espíritu (nota del autor: del capitalismo) ha desarmado al inconformismo en sus modalidades más tradicionales, que fueron la crítica artista (sostenida por “intelectuales, artistas y dandys”) y una crítica social sostenida por el movimiento obrero. La primera rechazaba el trabajo en sí […] la segunda denunciaba el egoismo de los intereses particulares […]. La vena intelectualista sugiere seguir fieles a la transgresión (“mediante movimientos puramente críticos que no necesitan ni teoría ni práctica”), mientras la vena obrerista lamenta una “pleamar del individualismo.”[2]

En ello estamos, en la defensa de añorar “las antiguas identidades sociales (léase clases) y su antagonismo (léase guerra civil)”[3] Queremos fronteras, deseamos límites. La globalización es culpable de todos los males, ¿le duelen las muelas?, ¿le ha dejado su pareja?, ¿qué Fernando Alonso no ha ganado en Montmeló?, pues no le de más vueltas a la cabeza buscando responsables, la culpa es de la globalización[4]. Sólo les diré una cosa, tampoco esta vez la jugada les está saliendo bien.

Este es el problema de la izquierda, que se encuentra perdida y sin nada que decir porque ha escogido el bando perdedor desde hace mucho tiempo. Su nuevo sueño, “el ecologismo”; no siempre es partidario de seguirles de la mano y han resultado ser unos pupilos muy rebeldes y nada partidistas, ansiosos de caminar solos. ¿Encontrará un nuevo concepto con el que llenar su ideología la izquierda? Creo que no, pero algo me da que incluso aunque lo encuentre no les va a servir de mucho.


[1] Alberto Fernández Alonso (2006): “Neoconservadurismo, neoliberalismo: ¿Sabemos de qué estamos hablando? Una visión desde el liberalismo clásico.” Facultad de Sociología de A Coruña.
[2] Antonio Escohotado: “El espíritu del capitalismo” en www.antonioescohotado.com
[3] Ídem

6 de septiembre de 2009

¿Por qué...

una es significado de millones de muertes y la otra no?, ¿por qué una está totalmente prohibida en manifiestaciones políticas y la otra puede exivirse impunemente en cualquier lugar? ¿Por qué los muertos de una son más recordados y conocidos que los muertos de la otra? ¿Por qué...?




3 de junio de 2009

Vigésimo Aniversario de la Masacre de la Plaza de Tiananmen

Por los que murieron en la Masacre de la Plaza de Tiananmen, la mayoría universitarios reclamando algo tan fundamental como la Libertad. Para todos los chinos que hoy en día siguen sufriendo una dictadura socialista y uno de los regímenes más sanguinarios de la historia.

16 de abril de 2009

Pensadores liberales franceses II: Raymond Aron. El último de los liberales (II)

En la anterior entrada sobre R. Aron, terminamos la misma hablando de la diferenciación que realiza entre el espíritu reformista y el espíritu revolucionario. Sigamos pues.

La diferencia entre ambos espíritus se debe a que el reformista es consciente en todo momento de que el progreso, el auténtico y verdadero progreso, tiene tres características fundamentales: a) es contingente porque depende en todo momento del individuo y su acción; b) parcial porque los objetivos se consiguen uno a uno, paso a paso; c) e imperfecto, porque la realidad contiene en su seno el error, la frustación.

Asi el reformista es prosaico, es decir, comedido, cauto, precavido y tiene en todo momento en cuenta las consecuencias de su acción. Frente a esa prosa, el espíritu revolucionaro es poético, es envalentonado, incauto, como un torrente sin contro y medida al que nada ni nadie preocupa para alcanzar su meta o metas. De ahí la crítica y el rechazo de R. Aron al comunismo: "El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza humana y mejorar el destino de los humildes pero sacrifica lo que fue y que tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto."

Bajo la óptica de Aron, la poética del comunismo se vuelve una poética inhumana, en una poesía de lo absoluto donde la emancipación no es ya que desaparezca, sino que se vuelve "indistinguible de la omnipotencia del estado." La voluntad individual se diluye frente al abrazo "omni-presente" pero al fin y al cabo, "omni-futuro" del Estado totalitario.

Este futuro que profetizan una y otra vez los espíritus revolucionarios, y que en el marxismo está claramente presente, tiene además un nuevo elemento esencial: la irrefutabilidad. Y como no existe la posibilidad de contrastación, el marxismo se vuelve en opio de los intelectuales. Por lo tanto, dice nuestro protagonista, cuando Merlau-Ponty argumenta "que el proletariado es la única forma de aúténtica inter-subjetividad" o que "el marxismo no es una filosofía de la historia, es la filosofía de la historia, y rehusar aceptarlo es cancelar nuestra razón histórica." No hay posibilidad para refutar esas tesis, ya que la refutación es imposible, sólo queda una "desintoxicación."

Resulta así comprensible la predilección de Aron por la intelectualidad anglosajona frente a la tradicional intelectualidad francesa de la cual era miembro. Dice al respecto: "el arte de los intelectuales británicos es reducir a términos técnicos los conflictos a menudo ideológicos, el arte de los intelectuales americanos es convertir en discusiones morales las controversias que se refieren más a los medios que a los fines, el arte de los intelectuales franceses es el de ignorar y, a menudo, agravar los problemas propios de la nación, por la voluntad orgullosa de pensar por toda la humanidad."

Lo anterior nos lleva irremediablemente a uno de las metas principales de Aron: la lucha contra el fanatismo. Escribe al respecto: "El hombre [...] no está obligado a resignarse a lo injustificable. Es porque le gustan los seres humanos individuales, porque participa en comunidades reales y respeta la verdad por lo que rehúsa entregar su alma a un ideal de humanidad abstracto, un partido tiránico y un absurdo escolasticismo... Si la tolerancia nace de la duda, enseñémosle a todo el mundo a dudar de todos los modelos y todas las utopías, a desafiar a todos los profetas de la redención y a todos los heraldos de la catástrofe..." Acabar con el fanatismo, sin lugar a dudas; pero también, y en esto pone mucha atención R. Aron, a no dejarnos llevar por la enfermedad de la indiferencia.

Después de "El Opio de los intelectuales", Aron publica "Dix-huit leçons sur la société industrielle", "La lutte de classes. Nouvelles leçons sur les sociétés industrielles" y "Démocratie et totalitarisme". En todas ellas se ocupa profúsamente del análisis de la sociedad industrial, del capitalismo y del sistema comunista. Pero eso lo veremos en el siguiente capítulo.

12 de marzo de 2009

Pensadores liberales franceses II: Raymond Aron. El último de los liberales (I)

Comenzábamos esta andadura entorno a los intelectuales y pensadores franceses liberales con J. F. Revel . Hoy nos centraremos en el pensamiento de uno de los sociólogos franceses más originales y brillantes, hablaremos de Raymond Aron. Sobre él han dicho figuras como R. Dahrendorf: "Raymond Aron es el único científico de las últimas décadas que debido a la amplitud de sus intereses, a la combinación de su capacidad analítica y de acción, a su compromiso y capacidad de comprensión y a la mezcla de reserva y capacidad crítica, puede ser comparado con la figura de Max Weber."; Allan Bloom afirma: "el hombre que durante cincuenta años... ha tenido razón en lo que se dijo sobre Hitler, tuvo razón en lo que dijo sobre Stalin y tuvo razón cuando dijo que nuestros regímenes occidentales, con todos sus defectos, eran la única esperanza de la humanidad."

La obra de Aron según José Jiménez-Blanco puede estructurarse en cinco partes:

- primera parte: averiguar las posibilidades de la Filosofía Histórica.
- segunda parte: las RR. II. y la estretegia internacional.
- tercera parte: la sociedad industrial.
- cuarta parte: la pedagogía de la sociología.
- quinta parte: lo que podemos llamar, "espectador comprometido".

Estudiante en el École Normale Superieure de París decide marcharse a Alemania, más exactamente a las Universidades de Colonia y Berlín, donde entra en contacto con el pensamiento social y filosófico alemán. A su vuelta a Francia, decide dar a conocer los conocimientos adquiridos durante su estancia en el país germano; escribe para ello dos obras: "Introducción a la filosofía de la historia" y "La sociología alemana contemporánea".

Es principalmente la segunda obra de las citadas la que adquiere mayor relevancia, pues en ella desglosa una serie de autores como G. Simmel, F. Tönnies, K. Mannheim o M. Weber, que le permiten establecer una diferencia entre una sociología de línea sistémica y otra histórica.

SISTÉMICA --------------------------------HISTÓRICA
Estructuras..........................................Dinámica
Relaciones y Grupos...........................Leyes Sociales
Simmel y Tönnies...............................Mannheim y Weber.

En la segunda parte de la obra se centra especialmente en la obra de su admirado Max Weber, compartiendo su enfoque sociológico, dice al respecto: "Actuar es tomar una decisión, tratar con los hechos de cada día y dirigirlos hacia un fin en situaciones que los seres humanos no escogemos. La filosofía política no es más que un entendimiento profundo de la acción temporal, una reflexión sobre las condiciones en que se expresan nuestros deseos y un análisis de las prioridades políticas en su relación tanto con la realidad como con nuestros ideales". (Cita extraída de JOSEP PICÓ (2003): Los años doralos de la sociología (1945-1975). Alianza Editorial. Madrid. pág. 311). Empezamos a percibir en esta admiración por Weber ese aspecto de "espectador comprometido" que luego desarrollará R. Aron, influenciado claramente por el papel que Weber analiza del político y el cíentífico.

La admiración por el enfoque metodológico del sociólogo alemán más importante comienza ya en su otra obra de corte filosófico histórico, "Introducción a la Filosofía de la Historia". En la cual comparte con Weber los problemas que atañen a las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales en torno al tema de la subjetividad y la objetividad. Recordemos que para Weber la compresión es claramente subjetiva, pero donde la labor científica alcanza status objetivo es en la explicación.

La citada estancia en Alemania le permite conocer también profundamente la obra de un importante pensador: Karl Marx. Con el autor de "El Capital", Aron establece un largo e inteligente diálogo que se ve reflejado muy bien en su obra quizás más conocida: "El opio de los intelectuales".

El tema principal de la obra es "el embrujamiento - el desorden moral e intelectual que provoca adherirse a ciertas ideologías." (cita extraída de ROGER KIMBALL (2002): Lives of the Mind, the use and abuse of intelligence from Hegel to Wodehouse. Ivan R. Dee Publisher. Chicago. pág. 4) Aron establece una distinción en el marxismo separando por un lado un marxismo científico y por otro lado, un marxismo vulgar.

El primero lo hallamos en "El Capital" y sus conclusiones. El segundo en toda la obra filosófico utópico de Marx, es decir, en su materialismo dialéctico. Frente al marxismo más científico, Aron dice que ya no es que las modernas teorías del pensamiento económico hayan demostrado la imposibilidad de la teoría económica de Marx; sino que, frente al Marx más profético, sus augurios no se han cumplido, con lo cual, para Aron, toda validez intelectual de "El Capital" pierde importancia.

La crítica al marxismo vulgar lleva a Aron a exponer la necesidad de diferenciar lo "prosaico" de lo "poético" (ideas que desarrolla en sus Memorias cuando escribe sobre las intenciones de su obra "El opio de los intelectuales"). Kimball recoge muy bien esas intenciones de Aron. "Aron escribió (en sus Memorias) que en El opio de los intelectuales había tratado de "bajar la poesía de la ideología al nivel de la prosa de la realidad." . Lo que Aron llama el "Mito de la Revolución" (como el "Mito de la Izquierda" y el "Mito del Proletariado") resultaba tan seductor precisamente por su atractivo "poético": inducía la ilusión de que "todo es posible", de que todo... puede ser completamente transformado en el fiero crisol de la actividad revolucionaria. Combinar la doctrina de la inevitabilidad histórica -- la monstruosa idea que Marx recogio de Hegel -- con el Mito de la Revolución era una receta para la tiranía política. ¿Qué importa la liquidación de los kulaks frente al necesario despliegue de la Dialéctica?" (cita extraída de ROGER KIMBALL (2002): Lives of the Mind, the use and abuse of intelligence from Hegel to Wodehouse. Ivan R. Dee Publisher. Chicago. pág. 9)

Confronta así un espíritu revolucionario contra un espíritu reformista. Viste al primero de un halo poético, fantástico y cegado por el fanatismo; mientras que el segundo es prosaico, real y escéptico. Temas que desarrollaremos un poco más en la siguiente parte de esta entrada.

21 de enero de 2009

Pensadores liberales franceses I: Jean-François Revel


Tengo el placer de inaugurar en
Reflexiones para perder el tiempo una serie corta de post sobre intelectuales y pensadores franceses liberales. Francia se ha caracterizado siempre por ser uno de los centros más importantes de pensamiento y ciencia en el mundo; sin embargo, y esto es algo que los propios franceses empiezan a admitir, parece ser que poco a poco esa importancia está en declive. Cada uno tendrá sus motivos y explicaciones, yo opino que durante mucho tiempo han vivido bajo el yugo asfixiante de corrientes estructuralistas y marxistas (con todas sus variantes), olvidando a otros pensadores clave como Bastiat, Tocqueville, Raymond Aron, J. F. Revel, Guy Sorman, etc.

Sirva este intento humilde para recuperar la figura y las ideas de estos grandes hombres.


Jean François-Revel

Se pueden decir muchas cosas de Revel pero si hay algo que caracterice su obra y su pensamiento es su intento de hacernos ver la importancia de los hechos, pero sobre todo, del sentido común. Sentido que a pesar de su supuesta generalidad, es como suele decirse, el menos común de todos los sentidos, más si cabe en el terreno de la política.


Revel era un intelectual, un pensador pero ante todo era una persona dotada con la capacidad de hacer claros y evidentes los hechos que de por si eran claros y evidentes, pero que se encontraban ocultos en una niebla de mentiras y servilismos. La demostración de esa virtud comienza ya con su obra “La tentación totalitaria” (1976) donde realiza lo que podía haber hecho cualquiera, una denuncia con datos y hechos que estaban a disposición de todos, del régimen totalitario comunista en la antigua URSS. Revel nos dice que el principal escollo que tiene el socialismo para triunfar es el propio comunismo, ya que bajo el comunismo el socialismo y la izquierda caen en el olvido de la autocrítica, la fascinación por el totalitarismo, el gusto por la crueldad y el servilismo al Partido Comunista. La vía de solución para Revel está en el giro hacia la socialdemocracia (aunque él termine en posiciones liberales).


Sin embargo, es en “Ni Marx ni Jesús” (1970) uno de sus escritos que más revuelo levanta entre aquellos que consideraban a la izquierda y el socialismo como el lugar político originario de los cambios y las revoluciones sociales. En esta obra defiende la tesis de que no son los partidos de izquierdas ni es en los países donde ha triunfado el socialismo ni el comunismo donde se llevan a cabo los cambios revolucionarios. Son los jóvenes de los países capitalistas los que se cuestionan – porque tiene la libertad para hacerlo – instituciones como la familia, el poder, el dinero, la empresa, el sistema político y económico, etc. También es donde se llevan a cabo las revoluciones feministas y la importancia cada vez mayor de la mujer, donde se cuestiona su papel y status social.


La publicación de “Cómo terminan las democracias” (1983) fue una explosión intelectual en las bases ideológicas de las democracias y de Occidente. Su tesis era que el comunismo había triunfado sobre Occidente, destruyéndole psicológica y moralmente, dejándole en un estado de esclerosis avanzada y parálisis profunda. ¿Cómo? Introduciendo unas series de ideas en el imaginario del pensamiento occidental que el propio Occidente no se cuestionó y acabo aceptando sin debate ninguno.


El intervencionismo imperialista de Occidente era mal visto incluso dentro de las propias sociedades occidentales, ya que se acusaba tales intervenciones de favorecer una posible guerra nuclear. Sin embargo, los juegos de poder soviéticos no eran cuestionados e incluso eran vistos como auténticos procesos de libertadores por parte de la opinión pública occidental. Ahí están Afganistán, Angola, Cuba, Etiopía o Vietnam.


Ese movimiento contrario a las intervenciones militares de Occidente era sobre todo llevado a cabo por un movimiento social exclusivo de las democracias: los pacifistas. En la carrera armamentística, la URSS fue siempre mucho más allá que sus rivales y sus inversiones superiores (tanto es así que su declive proviene de no haber podido seguir dedicando cantidades ingentes a la industria militar). Sin embargo, en el seno de su sociedad no tenía que lidiar con un sector de la población descontento con su militarización, ya que no existía un movimiento pacifista.


En 1988 publica “El conocimiento inútil” que no levanta tanto revuelo, pero que no deja indiferente a nadie que lo lea. Defiende que la verdadera fuerza que mueve las sociedades no es la verdad, sino la mentira. En un momento histórico donde la información destaca tanto cuantitativamente como cualitativamente, los dirigentes e intelectuales siguen cometiendo errores y todo ello gracias a un fallo tan absurdo como vital: ignorar la Razón.

Su crítica se centra sobre todo en la “intelligentsia”. En sus páginas acusa a los medios de comunicación de masas y a las élites culturales e intelectuales de atacar todo lo que “oliese” a derecha, sobre todo si estas medidas provenían de figuras políticas como Reagan, Thatcher, Kohl o Chirac. Su batalla ideológica se llevaba a tal extremo que no importaba mentir.


Gramsci llamó a los intelectuales a recoger el testigo de la clase obrera en la revolución. Pero no fue en los países comunistas donde estos tomaron el papel, ya que este papel lo ejercía de forma autoritaria y despótica el Partido y el Estado. Fue en las sociedades que Popper llamó “abiertas” donde más caló el discurso gramsciano.

¿Por qué ese cambio de agente revolucionario? Porque Gramsci y sobre todo los comunistas de libro, se daban cuenta de que las tesis de Marx y el marxismo estaban agotadas y vacías ya de contendido válido. Se hacía necesario que los creadores de ideas e ideologías, los creadores de opinión pública, en definitiva, los legitimadores de verdad, insuflaran nuevos aires al cadáver teórico del marxismo. Era necesario que alguien pensase, y como los pensadores marxistas de la URSS no eran más que marionetas en manos del Estado, era en los países capitalistas donde debía surgir esa nueva clase social. Nuevos revolucionarios cuya misión no era cambiar el estado real de la Unión Soviética, sino continuar la lucha abandonada por los trabajadores en los países libres para conducir a esos mismos países a la situación de la URSS.


Pero no toda crítica de Revel era de contenido político, sino que también dirigió sus ataques contra la cultura y las artes. En un alarde intelectual visionario, criticaba las teorías intelectuales que vaciaban de contenido toda ciencia para llenar ese vacío con un discurso hermético y todavía más vacío. Supuestos intelectuales como Lacan, Althusser, Teilhard de Chardin, Jacques Derrida, Deleuze, Slavoj Zizek, teóricos postmodernistas (Bauman, Lyotard, Vattimo, Baudrillard, Bataille, Laclau etc). Son autores de trabajadas teorías y discursos retóricos llenos de un hermetismo que únicamente oculta banalidad y vacío. Son disciplinas que se visten de ropajes de charlatanería pomposa para convertirse en, como dice Vargas Llosa, “ciencia humada de moda.”


Comprendemos ahora porque Revel fue un faro de luz en la intelectualidad francesa, un “rara avis” en esa hegemonía cultural y científica que el estructuralismo, el post-estructuralismo y el marxismo con todas sus variantes (neo, post y demás sufijos y prefijos) ejerce en Francia. Si ya es difícil encontrar liberales en Europa, la tarea se vuelve ardua en el país vecino, y Revel era un liberal con mayúsculas. Provocador, instigador, polemista pero sobre todo franco y claro con sus ideas, su magisterio sigue vigente más que nunca a pesar de su olvido en las Universidades.

2 de abril de 2008

Marx no puede

Marx no puede, simplemente no puede.

Puede que la interpretación de los textos no sea una disciplina fácil, de ahí quizás que no a todo el mundo se le de especialmente bien la hermenéutica o la filosofía analítica. Esa es la sensación que me dejó la lectura de un artículo publicado por Kantor titulado “Cuba y Marruecos en Club Lorem Ipsum, donde creo que el autor no se percata de la incapacidad de la teoría marxista para explicar cualquier progreso o desarrollo económico actual.

La lectura básica que sustenta su teoría parte de Karl Marx, defendiendo su elección o valided “siempre que le juzguemos por la magnitud de sus aciertos, e ignoremos la de sus errores” (sic), bajo esa condición tan laxa se puede salvar incluso a Hitler por como mejoró de forma increíble la condición económica de los alemanes después de la I Guerra Mundial, siempre y cuando obviemos sus errores. Sin embargo, el problema radica en que Kantor comete una serie de malas interpretaciones en la teoría marxista.

Menciona que Marx “identificó el progreso tecnológico como el motor de la Historia…”. Si leemos el Manifiesto Comunista (1848) encontramos:

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”

“Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos de clase…”

Si analizamos lo que significa el progreso tecnológico para el marxismo nos encontramos que se trata de un desarrollo meramente cualitativo de las fuerzas productivas. Dicho desarrollo tecnológico está unido con la ley del valor – trabajo, base fundamental del sistema capitalista. Resumiendo muy mucho, el progreso tecnológico tiene como meta principal aumentar los beneficios del capital reduciendo los costes de utilización del capital e incluso, en los casos de suplantación de mano de obra, como fuente para la regulación salarial a la baja, aumentando así la plusvalía del burgués. Se trata de un fenómeno social, una forma innovadora en hacer las cosas o aplicar nuevas tecnologías, que como todo fenómeno social se encuentra supeditado a la súper-estructura económica.

El problema continúa a la hora de aplicar la teoría de clases marxista a los procesos de desarrollo capitalista, tanto los que ocurrieron en el pasado y llevaron a los actuales países ricos a su actual nivel, como los nuevos procesos que se están llevando a cabo en la actualidad en todo el mundo.

Defender o argumentar las causas del desarrollo económico capitalista en términos de materialismo histórico es cometer el mismo error que cometió Marx. Mejor dicho, aceptar el error de Marx es aceptar de forma consciente una teoría falsa, con todos los resultados negativos que ello produce. El problema radica en que Marx fue incapaz de explicar de forma convincente el paso que lleva a de una sociedad feudal a una sociedad capitalista, simplemente porque él sólo se centra en la lucha de clases, su antagonismo y la centralidad del materialismo histórico que de ello se deriva. Afirmar que el paso del Antiguo Régimen a la Sociedad Industrial es meramente un cambio en la posesión de los medios de producción es ignorar todos los desarrollos socioculturales de la historia: la aparición del protestantismo, el liberalismo, la ciencia como explicación frente a la religión, etc.

La aplicación de los postulados marxistas busca demostrar, y esa es la tesis central del trabajo de Kantor, que España debe centrar su atención no en China y la India como destino de sus inversiones, sino en Cuba y Marruecos (“el Magreb es nuestra China y LATAM nuestra India”). El resultado de esta tesis se basa principalmente en las oportunidades que se presentan en esos países frente a los países asiáticos debido a:

a) la mano de obra abundante y barata (ejercito de reserva)

b) la existencia de unas clases feudales en ambos países que desean un desarrollo capitalista en sus países

c) la influencia de España en esos países es lo suficientemente fuerte para promover los cambios necesarios

Kantor se olvida que:

a) la sociedad comunista cubana no es un sistema feudal, sino el desarrollo posterior que Marx esperaba de una sociedad capitalista, por lo tanto, no sería una evolución sino más bien una involución. Bajo los postulados de la teoría marxista, Cuba ha superado todos los males de la lucha de clases y su sociedad es perfecta.

b) Las teorías de Marx no pueden hacer una sociología correcta de las sociedades islámicas, porque es evidente que los estudios de Marx son principalmente occidentalistas. A todo ello, está más que claro que estas sociedades no tienen problemas debido a la posesión de los medios de producción material, sino que es el mundo político-religioso el que lo impregna todo.

Ello no invalida que sean Cuba y Marruecos los polos principales de inversión española, simplemente que Kantor no da las razones correctas para sostener dicha tesis. De hecho, debido al uso de esa perspectiva marxista se olvida de otras explicaciones que pueden aclarar el éxito de China e India:

a) China mantiene sus costes precisamente por tratarse de una sociedad comunista donde los salarios de los trabajadores no son dados por el libre juego del mercado, sino impuestos por el Estado. Si Cuba va a dejar el comunismo, ¿qué ventajas puede reportar sobre el país asiático? ¿No sería mejor que siguiese siendo comunista?

b) La India es el back office del mundo porque tiene una ventaja competitiva respecto a los países elegidos por Kantor: se trata de un país angloparlante. La descentralización y subcontratación de los procesos operativos de menor valor se trasladan allí porque el inglés es idioma oficial y para la gran mayoría de la población es su lengua materna.

c) Los costes de apertura de nuevos mercados en China e India son mucho menores que en Marruecos y Cuba, donde harían falta inversiones millonarias en infraestructuras, que si bien incluso en los países del continente asiático son aún tercermundistas, el desarrollo en los países seleccionados por Kantor son aún menores. Recordemos que no hace mucho en Cuba no podía tenerse nevera y por ejemplo en India, el acceso a Internet es impresionante.

26 de agosto de 2007

La falacia económica

He leído hace unas semanas un texto del antropólogo Karl Polanyi titulado “La falacia económica” que demuestra una vez más hasta donde puede llegar la rabia de algunos pensadores contra el capitalismo y el mercado, que les hace escribir textos como el que aquí les traigo. Prevalece la idea en el texto, siempre perpetua en este tipo de pensadores desde que un francés llegó a la conclusión de que los salvajes pueden ser buenos, de que cualquier tiempo pasado fue mejor, y si es antes del capitalismo ni el Edén de la Biblia puede compararse.

Defiende el autor que en la ciencia económica actual se da una falacia evidente: “[…] el error estuvo en igualar la economía humana general con su forma de mercado…” De ese gran error principal se derivan dos errores más: “Reducir la esfera del género económico, específicamente, a los fenómenos del mercado es borrar de la escena la mayor parte de la historia del hombre. Por otro lado, ampliar el concepto de mercado a todos los fenómenos económicos es atribuir artificialmente a todas las cuestiones económicas las características peculiares que acompañan al fenómeno del mercado.”

Antes del mercado esta el comercio pero en él se encuentra parte de la génesis, según Polanyi, del mercado. Pero no del comercio que se daba en la economía rural que podría decirse carecía de él, no, el comercio podía hallarse de manera muy diluida casi imperceptible quizás en las villas y ciudades, pero nada más. Es la llegada del comercio internacional (junto otros factores que más adelante expone el autor) la que supone la transformación gradual de “mercados locales estrictamente controlados en mercados formadores de precios con una fluctuación de precios más o menos libre.” Sin embargo, la gran fase de cambio fue el momento en que tanto trabajo como tierra pasaron a formar parte del sistema de fluctuación de precios y a mostrar interdependencias entre ellos lo que origina el nacimiento de la economía. Entonces Adam Smith “introdujo los métodos de negocio en las cavernas del hombre primitivo…” introduciendo el comercio como algo natural en toda la historia. Por su parte, Quesney transformó la economía en una economía de la contabilidad y un término meramente contable como el Produit Net, o excedente, concepto meramente existente en la literatura contable pero intangible en lo real. Comienza así el mercado a colonizar el mundo de lo económico.

El resultado del proceso anterior fue lo que podemos llamar bajo la óptica del autor, aunque el no usa esta expresión, como la dictadura del mercado. Según Polanyi, “el mercado formador de precios que anteriormente sólo existía como modelo en varios puertos comerciales y algunas bolsas, demostró su asombrosa capacidad para organizar a los seres humanos como si fueran simples cantidades de materias primas, y convertirlos, junto con la superficie de la madre tierra, que ahora podía ser comercializada, en unidades industriales bajo las órdenes de particulares especialmente interesados en comprar y vender para obtener beneficios.”

La instauración del mercado en lo económico nos lleva a una sociedad de mercado regida por una nueva razón o racionalismo que gira entorno al término de eficiencia y valores utilitarios. La razón entendida así, expone Polanyi, significa hacer de ésta la antítesis “de la estética, la ética y la filosofía” por un lado y por otro, “la antítesis de la magia, la superstición y la completa ignorancia. En el primer caso, es racional preferir el pan con mantequilla a los ideales heroicos; en el segundo, parece más racional que un hombre enfermo vaya al médico en lugar de consultar al astrólogo.” De ese racionalismo surge toda una filosofía social que hace de la sociedad “un conjunto de átomos y de cada individuo un átomo que se comporta según los principios del racionalismo económico.” Pensamiento que alcanza tal grado que acaba en solipsismo económico eclipsando la política y toda corriente de pensamiento que no concibiese la economía como un mecanismo de oferta-demanda-precio. De esta forma, incluso conceptos como justicia, ley y libertad nacen del mercado, ignorando que es el Estado, según Polanyi, el que permitió introducir en la economía los mencionados conceptos y no el mercado: “como valores institucionalizados, hicieron su primera aparición en la esfera económica como resultado de una acción estatal. En las sociedades tribales, la solidaridad se salvaguarda mediante la costumbre y la tradición: la vida económica está incrustada en la organización social y política de la sociedad; no hay lugar para las transacciones económicas; y se trata de impedir toda acción ocasional al trueque, ya que se considera un peligro para la solidaridad tribal. Cuando surgen las leyes territoriales, el rey-dios provee el centro de la vida comunal, amenazada por el debilitamiento del clan, al tiempo que con la ayuda el Estado se lleva a cabo un enorme avance económico: el rey-dios, fuente de justicia, legaliza las transacciones económicas. […] Esta justicia se institucionaliza mediante equivalencias, se legaliza mediante estatutos, y se ejecuta la mayoría de las veces por los propios funcionarios del palacio y del templo que manejan el aparato tributario y redistributivo del estado territorial. Las normas legales se institucionalizan en la vida económica a través de los órganos administrativos que regulan la conducta de los miembros de los gremios en sus transacciones comerciales. La libertad llega a ellos mediante la ley; no hay patrón al que deban obedecer, y, en tanto mantengan su juramento al cabeza de Estado y su lealtad al gremio, son libres de actuar de acuerdo a sus intereses, siendo responsables de todas sus acciones. […] Cada uno de estos pasos hacia la introducción del hombre en el ámbito de la justicia, la ley y la libertad, fue originalmente el resultado de la acción organizativa del Estado en el campo económico.”

El texto de Polanyi adolece de varias cosas. Lo primero ser incapaz de explicar como se produce la ruptura con el Antiguo Régimen que, según él, tan bien parecía funcionar. Esta incapacidad de su razonamiento teórico le imposibilita poder ir más allá y proponer el origen de la sociedad moderna. Sin embargo, el problema no queda reducido al paso del sistema feudal al industrial capitalista. ¿Cómo se produce el paso de la tribu al estado? Según Polanyi por el establecimiento de unas leyes territoriales, pero la pregunta está en qué suceso motiva esas mencionadas leyes. Si la tribu evita todo contacto y trueque, se muestra como un ente casi completamente auto-suficiente, para qué establecer unas leyes territoriales. Lo que obvia Polanyi es que la tribu cada vez no es tan auto-suficiente y comienza a volverse dependiente del contacto con otras tribus. El trueque es la clave, y éste no es más que una forma de comercio al igual que lo es el mercado. En el trueque se dan oferta-demanda-precio, por mucho que el autor lo niegue. Tú tienes algo que yo quiero, yo tengo algo que tú quieres y vamos a negociar la forma de hacer el trueque, y ese punto que nos va a poner de acuerdo es el precio. Te he cambiado una cesta de peces por dos abrigos de cuero curtido (les suena a eso de 1 $ cuesta 0.71 €)
El segundo problema de Polanyi es que confunde economía con ciencia económica. La economía ha existido siempre si por ello entendemos el sistema que permite poner en contacto como mínimo a dos personas para que se intercambien dos bienes que quieren y necesitan. Si no existe ese deseo de necesidad, nos encontramos ante otro sistema que se aleja del económico como puede ser el del regalo o el Kulo. La ciencia económica surge con Smith y a partir de él se desarrollan unos conceptos teóricos que permiten conocer el funcionamiento del sistema económico y reconocer las partes que lo forman. Y claro que la ciencia económica influye en la economía, al igual que la física desterró a la alquimia e influye en el quehacer humano rompiendo ciertas barreras físicas que el hombre no podía superar (algo tan simple como volar).

16 de mayo de 2007

La izquierda busca su meta

“Se entiende que el caos de la libertad sobrecoja, y que una añoranza de estructuras fijas funcione como aliado del no menos antiguo maniqueísmo: o blanco o negro, o bueno o malo, o verdadero o falso. Pero cierto grado de civilización promueve órdenes extensos, dotados de una complejidad intrínseca, donde con una mezcla de anacronismo y buena voluntad no dejan de brotar nostalgias por lo simple…”
Antonio Escotado, Espontaneidad y complejidad (2º Versión), en www.antonioescohotado.com

Estimado Oscar:

Podía haber titulado esta carta como “Los miedos de la izquierda, los sufrimientos del individuo”, pero he preferido ser más correcto y me he decantado por “La izquierda: ¿quién se ha llevado mi brújula”. Cuando mencionas que: “Yo no se mucho de la izquierda europea más que nada porque la busco y no la encuentro…” te entiendo perfectamente, es normal, es el resultado de un proceso lógico a donde los actos de la izquierda le han llevado. Un vacío existencial, y para ser mucho menos filosófico y más terrenal, un vacío intelectual. La izquierda se encuentra vacía porque nada tiene que ofrecer a un mundo del cual siempre ha negado formar parte y, principalmente, porque todas sus aportaciones se han visto una y otra vez desmentidas y borradas.
La izquierda encontró en la demonización del capitalismo su aliento vital, porque la derecha reclamó antes la defensa de la tradición y el liberalismo la figura del individuo y la libertad. Aún así, pocos recuerdan que el terreno de la crítica hacia el capitalismo no es únicamente campo de abono de la izquierda, y la derecha conservadora[1] de figuras como Joseph Schumpeter, Michael Novack, Daniel Bell o incluso Rusell Kira defendían que el capitalismo no sólo en su desarrollo económico o industrial, sino que incluso su influencia moral y cultural son nefastas para la sociedad; culpable incluso de vulgarizar, de “la fealdad, la monotonía, el hastío de la moderna existencia industrial.” Ironías del destino, la especialización del sistema capitalista llevo a abandonar esta rama tan poco productiva electoralmente a la derecha y dejar a la izquierda estos menesteres anti-capitalistas, mucho más productivos por lo visto en este tipo de trabajo.
Puestos entonces en su laboriosa tarea de criticar al sistema capitalista, pronto se dan cuenta de que necesitan un profeta, un guía y un concepto que les muestre el camino. Entonces llega Marx. Y Marx dice que todo es historia y que la historia es ciencia, y que además se repite, con otros ropajes, es cierto, pero se repite. No los sucesos o los hechos, pero si las estructuras de poder y dominación. Y encuentra el santo grial que la izquierda deseaba.
La cosa evoluciona y se llega casi a lo que los intelectuales de izquierda llegaron a llamar el paraíso proletario en la tierra: la URSS. Experimento socialista y comunista que fascinó y sigue fascinando a muchos que no sufrieron bajo los brazos tiránicos de sus líderes de partido. Este sueño de verano, aunque no de una noche lamentablemente, se rompe y entonces empiezan a oler las miserias de la planificación centralizada y del paraíso obrero en la tierra. Primer mazazo.
Mientras en la URSS se desarrolla la rebelión en la granja, en el resto de Europa las condiciones de vida mejoran de forma exponencial a pesar incluso de dos guerras mundiales. La clase proletaria se diluye y el término empieza a perder significación “[…] a medida que iba descubriendo nuevas maneras de hacer dinero-, el capitalismo ha producido más márgenes de ganancia empresarial, más dividendos para los inversores y más cotizaciones sociales, acercándose así a la gran sociedad prometida por Adam Smith, donde el progreso material suscitado por una eficiencia en el empleo de los recursos (gracias a que nadie lo organiza) se articula con el sistema de libertades y garantías conocido como Estado de Derecho.” Segundo mazazo, ya no tenemos perjudicados a los que la izquierda pueda seguir apelando.
Si bien es cierto que la solución al anterior problema de no tener a quien defender pronto se vio solucionada por la escuela de Frankfurt. Y es que Adolf Hitler apareció en un momento en que la izquierda necesitaba urgentemente de alguien a quien atacar. No quiero decir aquí que este señor merezca ser defendido, sino que críticas más contundentes y feroces contra el nazismo fueron realizadas por los estudiosos de la escuela de austriaca como Frank A. Fetter; Ludwig von Mises; Friedrich August von Hayek; Friedrich A. Lutz; Vera C. Smith Lutz; Ludwig M. Lachmann; Alberto Benegas Lynch; Peter T. Bauer; Murray N. Rothbard; Israel M. Kirzner y otros muchos; pero se les ha hecho mucho menos caso en cualquiera de los estamentos intelectuales, dominados por la elite de la izquierda.
Los intelectuales de la escuela de Frankfurt dotaron a la izquierda del nuevo grial que defender del capitalismo: la cultura y su malestar. Malestar por su masificación. Sin embargo, la crítica no pudo ir mucho más allá porque iba incluso de un principio universal como era la educación para todo el mundo y derecho de acceso a la cultura de todo individuo. Claro que ellos siguen intentando definir lo que es cultura y lo que no, pero las luchas de las elites por nombrar lo que es mayúscula o minúscula en el campo de las artes es un debate que no nos concierne. He podido leer porque alguien inventó primero la imprenta y luego la fabricación en serie y me permitió comprar un libro a un precio aceptable. Tercer mazazo para la izquierda, y aún nos quedan.
Sin clases proletarias, sin burgueses sin escrúpulos, con una cultura al alcance de todos y el paraíso convertido en infierno, la izquierda se digo que o encontraba algo o estaba perdida, ¡y vaya si lo encontró!: la globalización y el individuo. “este nuevo espíritu (nota del autor: del capitalismo) ha desarmado al inconformismo en sus modalidades más tradicionales, que fueron la crítica artista (sostenida por “intelectuales, artistas y dandys”) y una crítica social sostenida por el movimiento obrero. La primera rechazaba el trabajo en sí […] la segunda denunciaba el egoismo de los intereses particulares […]. La vena intelectualista sugiere seguir fieles a la transgresión (“mediante movimientos puramente críticos que no necesitan ni teoría ni práctica”), mientras la vena obrerista la menta una “pleamar del individualismo.”[2]
En ello estamos, en la defensa de añorar “las antiguas identidades sociales (léase clases) y su antagonismo (léase guerra civil)”[3] Queremos fronteras, deseamos límites. La globalización es culpable de todos los males, ¿le duelen las muelas?, ¿le ha dejado su pareja?, ¿qué Fernando Alonso no ha ganado en Montmeló?, pues no le de más vueltas a la cabeza buscando responsables, la culpa es de la globalización[4]. Sólo les diré una cosa, tampoco esta vez la jugada les está saliendo bien.
Este es el problema de la izquierda, que se encuentra perdida y sin nada que decir porque ha escogido el bando perdedor desde hace mucho tiempo. Su nuevo sueño, “el ecologismo”; no siempre es partidario de seguirles de la mano y han resultado ser unos pupilos muy rebeldes y nada partidistas, ansiosos de caminar solos. ¿Encontrará un nuevo concepto con el que llenar su ideología la izquierda? Creo que no, pero algo me da que incluso aunque lo encuentre no les va a servir de mucho.
[1] Alberto Fernández Alonso (2006): “Neoconservadurismo, neoliberalismo: ¿Sabemos de qué estamos hablando? Una visión desde el liberalismo clásico.” Facultad de Sociología de A Coruña.
[2] Antonio Escohotado: “El espíritu del capitalismo” en www.antonioescohotado.com
[3] Ídem
[4] http://reflexionesparaperdereltiempo.blogspot.com/2005/08/existe-algn-mal-que-no-sea-culpa-de-la.html y también http://reflexionesparaperdereltiempo.blogspot.com/2005/08/existe-algn-mal-que-no-sea-culpa-de-la_02.html . Y otros muchos para quien desee leerlos.

18 de diciembre de 2006

Hugo Chávez: o la Venezuela de alguien que conjuga a Narciso y a Lenin.

Hugo Chávez ha acusado desde que llegó al gobierno de Venezuela al capitalismo como un sistema generador de pobreza y esclavizar a todos los trabajadores. Pero lo que no dice es que él es el culpable de la fuga de capitales más grande e importante de la historia de su país y, si eso no fuese poco, ha provocado el aumento de la pobreza absoluta del 43 al 53 por ciento entre 1999 y 2004, y la pobreza extrema del 17 al 25 por ciento, cifras dicho sea de paso ofrecidas por el propio Gobierno. (Instituto Nacional de Estadística, República Bolivariana de Venezuela, Reporte estadístico nº 2, 2004, p.5)
El presidente de Venezuela también tiene cierta predilección por hacer largos discursos cuando puede sobre el imperialismo, las multinacionales, la globalización y etc. En la Cumbre de América Latina y la Unión Europea en mayo del 2004 celebrada en Guadalajara, México; mientras los presidentes, representantes y demás comitivas oficiales de los respectivos países se preocupaba por entablar reuniones con empresas, inversores, homólogos de otros estados para idear nuevas alianzas económicas; ¿saben a qué se dedico el revolucionario presidente venezolano? Pues “usó sus veinte minutos de tiempo en la cumbre para arremeter durante más de treinta y cinco minutos contra ustedes los ricos, señalando al ex-canciller alemán Schroeder, por ser los supuestamente responsables de la pobreza de América Latina.” Los funcionarios europeos pensaban que estaban viendo un fantasma de los años setenta y dejaron de prestar atención. Mientras las diplomacias de Estonia, Letonia, Lituania, Irlanda, Chile, Argentina, Mexico, Brasil, etc. se dedicaron a firmar acuerdos y convenios de inversión.
Sin embargo, estas actuaciones más llamativas de Hugo Chávez no son las más peligrosas. Son las llevadas a cabo en su propio país las que están levantando cierto tufillo ditactorial que algunos parece que niegan a ver. Repasemos algunas:
• en 2001 había hecho cambiar las leyes sobre la propiedad de las tierras, hidrocarburos y bancos.
• En 2002 había descabezado a la organización empresarial venezolana más importante, Fedecámara, y a al central obrera, la Confederación de Trabajadores de Venezuela, y a la compañía estatal independiente que controlaba la mayor parte del presupuesto nacional, el monopolio estatal PDVSA.
• En 2004 reformo la Corte Suprema de 20 a 32 miembros, llenándolo de partidarios y asegurándose el control total en una institución encargada de dictar la última palabra sobre la libertad de prensa y las reglas electorales. Este mismo año aprueba una ley que otorga poderes al gobierno para censurar de facto a la prensa.

Pero estas cosas no deben sorprendernos, Chávez ha dicho varias veces que quiere mantenerse en el poder hasta por lo menos el 2021, y que la democracia representativa es un sistema que “no sirve para ningún gobierno latinoamericano, porque la única cosa para la que ha servido es para dejar que una clase bastarda tome el poder y hunda al pueblo en la miseria.” (Amen)
Pero Hugo Chávez ha logrado también cosas nunca vistas, conseguir que sindicato y patronal se aliaran en una huelga para respaldar el paro nacional de los trabajadores de PVDSA, y la huelga general indefinida había logrado convocar una de las mayores manifestaciones de la historia del país. Pero por lo visto, al presidente no le debieron gustar los gritos a la puerta de su casa de Miraflores, y según confesaron algunos de sus generales del ejército, se negó a cumplir las órdenes dadas de represión.
Luego está la buena gestión de los petrodólares que durante todos estos años Chávez ha recibido de los altos precios del petróleo. El las elecciones sobre el referéndum de su presidencia, el presidente desembolsó entre 1.600 millones de dólares de los ingresos de la PVDSA en forma de beca de estudios temporales por más de 150 dólares mensuales a cientos de jóvenes y desempleados. Se trataba de becas para la educación, en su gran mayoría, pero que no llevaban obligación de estudiar. (sic)
Y así podría seguir y seguir, pero tampoco quiero acabar con esta entrada todas las virtudes que alrededor suya está conjugando ese presidente con tintes de dictador que intenta conjugar la devoción por la imagen tal cual Narciso clásico e ideas políticas muertas como las de Lenin.