25 de julio de 2007

Un secuestro, 2.500 € y una postura del kamasutra.

Las fronteras tienen un defecto y es que como no son límites matemáticos, son difícilmente perceptibles los supuestos lados que deberían separar; se complica la cosa sobre todo cuando nos estamos refiriendo a fronteras tan poco tangibles como la que puede darse entre libertad y libertinaje. Y ese creo que es uno de los problemas que subyacen en el secuestro de la publicación de la revista de humor “El Jueves”.
Para los lectores que no sean españoles o aquellos que no sepan de que se trata el tema del secuestro haré un breve resumen. En el debate sobre el estado de la nación celebrado hace unas semanas, el presidente del gobierno José Luís Rodríguez Zapatero anuncia que todos los niños que nazcan a partir del día de la propuesta, tendrán una ayuda estatal de 2.500 €. Como toda propuesta política, el debate después del anuncio estaba servido para todo aquel que quisiese participar en él. La revista de humor político - social “El Jueves”, recoge en portada el debate y la noticia con una escena de los Príncipes de Asturias practicando sexo con Doña Leticia buscando setas y el Príncipe Felipe detrás de ella, ya me entienden.
Con el número en la calle, el juez Juan del Olmo decide retirar del mercado la publicación y clausurar temporalmente la página web ante un supuesto delito de falta contra el honor de sus altezas reales los Príncipes de Asturias. Era la primera vez en 21 años que un juez ordenaba tal medida y claro, el debate estaba de nuevo servido.
Los defensores del secuestro de la revista arguyen que se debe vigilar en todo momento por la integridad, el honor y la imagen de cualquier persona que pueda verse menospreciada por una publicación o medio de comunicación, en una clara defensa por los derechos al honor del individuo. Otros, piensan que hacer eso tipo de humor con personalidades de rango como la realeza o la Iglesia no debería estar permitido, pues consideran que dichas instituciones deben ser respetadas por lo el simbolismo que representan para una parte de la sociedad.
Los detractores de la medida defienden que dicha medida ataca directamente a la libertad de expresión y a la libertad de prensa, unos de los pilares fundamentales de toda democracia. La defensa de dichos derechos debe anteponerse independientemente de quién sea la persona o institución que sea objetivo de crítica o sarcasmo. A nadie se le escapa que la mejor forma de controlar y defenderse de aquellos que están en nuestra contra es acallar las críticas por todos los medios, por eso en cualquier dictadura de izquierdas o de derechas, la libertad de expresión y la de prensa, junto con la de cátedra y sobre todo la libertad individual, brillan por su ausencia.
Personalmente opino que todos y ninguno de ellos tienen razón; intentaré explicarme. Estoy totalmente de acuerdo en lo vital y necesario de la libertad de prensa en una democracia, como liberal que soy, considero que el poder expresarse libremente y hacer constar cualquier opinión por escrito u oralmente es uno de los derechos fundamentales de todo individuo. Ahora bien, ¿hasta qué punto puedo ejercer mi derecho, es decir, hasta qué punto mi libertad no se convierte en libertinaje, en un abuso y mal uso de mi derecho? El límite además de marcárselo uno individualmente, que debe ser el primer paso y el más importante, está en el respeto a la dignidad y el honor de la persona que se encuentra frente a mí. Pero claro, en este punto vuelve el tema de la frontera; distinguir la línea que separa el lado de lo correcto del lado del insulto es muy difícil, hasta el punto en que lo que yo puedo considerar palabras no ofensivas pueden ser para otra persona un ataque en toda regla a su integridad. Personalmente creo que las imágenes del seminario, a toda luz, pueden ser ofensivas, y digo pueden, porque en ello lo que más calibra la balanza hacia el lado de lo ofensivo o no es la percepción de la parte supuestamente ofendida. En el caso que nos ocupa, el asunto cae en manos de los Príncipes de Asturias, como caería en las manos de cualquier otro ciudadano español que se viese en la misma situación.
Lo anterior nos lleva a criticar la actitud del juez Juan del Olmo, porque actúa de oficio, es decir, sin la petición expresa por parte de la Casa Real o de los implicados mediante una denuncia legal. Se coloca el juez en la figura del acusado, del defensor de los derechos de unos individuos que tienen completa capacidad jurídica y legal para ejercer la defensa de sus derechos, o lo que es lo mismo, suplanta su capacidad y se coloca en la tesitura de considerar que los Príncipes deben ser defendidos. Tenemos un juez que es fiscal y juez a la vez, y eso personalmente no me gusta, porque para acusar está la fiscalía, para defender los abogados defensores y para juzgar y dictar sentencia están los jueces, y confundir los papeles es peligroso para cualquier sistema jurídico que se considere justo. Hoy ha sido “El Jueves”, pero qué impide a un juez secuestrar en el futuro una publicación, mediante un acto de oficio, que narre críticas feroces a un Gobierno determinado o una institución pública o privada.
¿Justifica todo lo mencionado anteriormente la portada de “El Jueves”? Bueno, depende también de la percepción de cada uno. Personalmente pienso que la viñeta si era ofensiva, porque no me gustaría verme a mí reflejado en ella con mi pareja en la misma postura, se trata en mi caso de pura y llana empatía. ¿Significa mi actitud coartar la libertad de prensa? No, porque en el caso de verme ofendido por la revista, actuaría como individuo libre y poseedor de una serie de derechos y herramientas para defender mi supuesto honor vilipendiado.
Resumiendo, lo que quiero decir es que no quiero que nadie use mis derechos por mí o piense por mí lo que es mejor para mi honor o integridad. Los jueces deben actuar a instancia mía o de la fiscalía, pero nunca por voluntad propia. Por último, quiero también llamar la atención sobre el hecho de que se usen diversas varas de medir en este tema; hablo claro está de por ejemplo no se prohíba la publicación de un diario como GARA de clara filiación terrorista abertzale y que sirve como medio de propaganda para una banda terrorista como ETA. Aquí se dice que no existen pruebas determinantes de la supuesta relación directa entre el medio y la banda, pero yo pensaba que la apología del terrorismo era un delito en España y los jueces en este caso no hacen nada.

7 de julio de 2007

Conservadores y Liberales

Magnífico artículo publicado por Ricardo Montoro, en El Economista, sábado 30 de Junio de 2007. Claro y conciso, creo que deja bastante patente las diferencias entre lo uno y lo otro.

Tanto en economía como en política se suelen confundir los términos de conservador y liberal, probablemente debido tanto a las costumbres y tradición como a la necesidad de contraponerse con el socialismo y el comunismo. Conservadores y liberales todos junto y a la derecha, socialistas y comunistas a la izquierda. Sin embargo, la relación que hay entre conservadores y liberales es mucho más conflictiva y contrapuesta de lo que parece y, desde luego, más que la que hay entre socialistas y comunistas. Quizá por ese motivo, el gran economista liberal Hayek, Premio Nóbel de Economía en 1974, se sintió obligado a explicar esa diferencia en su artículo titulado “Por qué no soy conservador”. Se trata de un artículo tan importante como desconocido, publicado en su libro fundamental The Constitution of Liberty; que sigue en el tiempo a su ya clásico Road to Serfdom. Curiosamente, lo que Hayek escribió entonces, en 1959, sigue perfectamente vigente hoy en día, de lo poco utilizado que ha sido hasta este momento.

Las distancias entre conservador y liberal son grandes, incluso enormes y hasta insalvables a veces, lo que convierte a la etiqueta liberal-conservador en una marca de escasa viabilidad. El conservador admira y respeta el pasado, y defiende las tradiciones a ultranza, mientras que el liberal respeta el pasado pero sólo como parte de la evolución de los acontecimientos. El conservador sólo está tranquilo si piensa que hay una mente superior y una autoridad que todo lo vigila y supervisa; el liberal no necesita de de ninguna autoridad controladora del cambio, sino que confía en las fuerzas autorreguladoras de la sociedad civil y del mercado. El conservador no entiende el mecanismo que las fuerzas del mercado, y teme al mercado porque es imprevisible; el liberal confía en las fuerzas del mercado y en su espontaneidad. El conservador desconfía de cualquier teoría abstracta o principio general, y se basta con la tradición; el liberal necesita de principios generales y morales para articular las fuerzas que coordinan la sociedad. El conservador posee poderosas convicciones morales, pero carece de los principios políticos que le permiten aceptar valoraciones morales diferentes a las suyas; el liberal acepta las convicciones morales, pero le resulta inadmisible obligar a alguien a que aprecie las cosas de una determinada manera; por lo mismo, tampoco admite que alguien pueda ser coaccionado por razones morales o religiosas. El conservador teme al cambio, teme lo nuevo por ser simplemente nuevo y porque acarrea incertidumbre; el liberal se siente atraído por el cambio y tiene una actitud abierta y confiada ante lo nuevo.

El conservador entiende que en toda sociedad hay personas patentemente superiores cuyas posiciones y categorías deben protegerse como sujetos excepcionales que son; el liberal acepta que existen personas singulares puesto que acepta la desigualdad, pero no tolera que alguien (superior) pueda decidir sobre quién debe ocupar los puestos privilegiados. El conservador desea mantener cierta jerarquía predeterminada; el liberal acepta pero no acepta que ninguna posición conquistada con anterioridad deba ser protegida contra la lógica del mercado mediante privilegios, autorizaciones monopolísticas o intervenciones coactivas del Estado. Para el conservador, la democracia es la causante de los males de nuestro tiempo; el liberal cree que el gobierno mayoritario es un medio, no un fin en sí mismo, y que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos conocidos. El conservador rechaza cualquier medida socializante y dirigista en el ámbito económico, pero defiende el proteccionismo en ciertos sectores; el liberal rechaza cualquier medida dirigista y proteccionista, sea cual sea y en el ámbito que sea. El conservador se opone por principio a todo nuevo avance en el conocimiento porque teme sus posibles consecuencias; el liberal se interesa por los avances del conocimiento y recurre a la crítica racional para valorar las nuevas aportaciones prescindiendo de que las nuevas doctrinas choquen o no contra sus propias creencias.

El conservador defiende a ultranza las instituciones establecidas por el simple hecho de que están establecidas; el liberal cree que las instituciones pueden y deben ser removidas racionalmente en la natural evolución de los acontecimientos. El conservador siente una hostilidad natural por lo internacional, y defiende un nacionalismo patriotero; el liberal prescinde de cualquier tipo de fronteras, y recela de nacionalismo y regionalismos. Y, por fin, el conservador confunde lo espiritual y lo temporal, y defiende la religión como institución incluso de forma coactiva hacia los demás; mientras que el liberal separa lo espiritual de lo temporal, y respeta cualquier creencia religiosa.

Como se ve, poco o nada tiene que ver el conservador con el liberal; incluso cabría pensar que el conservador tiene más relación con el socialdemócrata que con el liberal. Con esto ya claro, es cuestión sólo de que cada uno sepa dónde está y cómo concibe el mundo que le rodea.

Ricardo Montoro es Catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.

3 de julio de 2007

El dolor no para


Siete españoles más muertos en el Yemen. El goteo sigue........