En la anterior entrada sobre R. Aron, terminamos la misma hablando de la diferenciación que realiza entre el espíritu reformista y el espíritu revolucionario. Sigamos pues.
La diferencia entre ambos espíritus se debe a que el reformista es consciente en todo momento de que el progreso, el auténtico y verdadero progreso, tiene tres características fundamentales: a) es contingente porque depende en todo momento del individuo y su acción; b) parcial porque los objetivos se consiguen uno a uno, paso a paso; c) e imperfecto, porque la realidad contiene en su seno el error, la frustación.
Asi el reformista es prosaico, es decir, comedido, cauto, precavido y tiene en todo momento en cuenta las consecuencias de su acción. Frente a esa prosa, el espíritu revolucionaro es poético, es envalentonado, incauto, como un torrente sin contro y medida al que nada ni nadie preocupa para alcanzar su meta o metas. De ahí la crítica y el rechazo de R. Aron al comunismo: "El comunismo es una versión degradada del mensaje occidental. Retiene su ambición de conquistar la naturaleza humana y mejorar el destino de los humildes pero sacrifica lo que fue y que tiene que seguir siendo el corazón mismo de la aventura humana: la libertad de investigación, la libertad de controversia, la libertad de crítica, y el voto."
Bajo la óptica de Aron, la poética del comunismo se vuelve una poética inhumana, en una poesía de lo absoluto donde la emancipación no es ya que desaparezca, sino que se vuelve "indistinguible de la omnipotencia del estado." La voluntad individual se diluye frente al abrazo "omni-presente" pero al fin y al cabo, "omni-futuro" del Estado totalitario.
Este futuro que profetizan una y otra vez los espíritus revolucionarios, y que en el marxismo está claramente presente, tiene además un nuevo elemento esencial: la irrefutabilidad. Y como no existe la posibilidad de contrastación, el marxismo se vuelve en opio de los intelectuales. Por lo tanto, dice nuestro protagonista, cuando Merlau-Ponty argumenta "que el proletariado es la única forma de aúténtica inter-subjetividad" o que "el marxismo no es una filosofía de la historia, es la filosofía de la historia, y rehusar aceptarlo es cancelar nuestra razón histórica." No hay posibilidad para refutar esas tesis, ya que la refutación es imposible, sólo queda una "desintoxicación."
Resulta así comprensible la predilección de Aron por la intelectualidad anglosajona frente a la tradicional intelectualidad francesa de la cual era miembro. Dice al respecto: "el arte de los intelectuales británicos es reducir a términos técnicos los conflictos a menudo ideológicos, el arte de los intelectuales americanos es convertir en discusiones morales las controversias que se refieren más a los medios que a los fines, el arte de los intelectuales franceses es el de ignorar y, a menudo, agravar los problemas propios de la nación, por la voluntad orgullosa de pensar por toda la humanidad."
Lo anterior nos lleva irremediablemente a uno de las metas principales de Aron: la lucha contra el fanatismo. Escribe al respecto: "El hombre [...] no está obligado a resignarse a lo injustificable. Es porque le gustan los seres humanos individuales, porque participa en comunidades reales y respeta la verdad por lo que rehúsa entregar su alma a un ideal de humanidad abstracto, un partido tiránico y un absurdo escolasticismo... Si la tolerancia nace de la duda, enseñémosle a todo el mundo a dudar de todos los modelos y todas las utopías, a desafiar a todos los profetas de la redención y a todos los heraldos de la catástrofe..." Acabar con el fanatismo, sin lugar a dudas; pero también, y en esto pone mucha atención R. Aron, a no dejarnos llevar por la enfermedad de la indiferencia.
Después de "El Opio de los intelectuales", Aron publica "Dix-huit leçons sur la société industrielle", "La lutte de classes. Nouvelles leçons sur les sociétés industrielles" y "Démocratie et totalitarisme". En todas ellas se ocupa profúsamente del análisis de la sociedad industrial, del capitalismo y del sistema comunista. Pero eso lo veremos en el siguiente capítulo.
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