"Un gobierno capaz de darte todo lo que quieras, es capaz de quitarte todo lo que tienes".
Thomas Jefferson.
Nada nuevo bajo el sol. España no ha elegido entre izquierda y derecha, ejes obsoletos e incapaces aportar algo de reflexión al asunto, ha elegido por 24.000.000 de votos intervención, en mayor o menor grado, pero intervencionismo al fin y al cabo. Que esa manipulación sea con la mano derecha o con la mano izquierda, a los liberales nos es indiferente, lo que tenemos claro es que el Estado nos va a seguir coacionando y robando lo que es nuestro.
La mayoría de los españoles, una vez más, ha dejado claro que lo suyo es seguir viviendo dentro del calor del establo, sin preocupaciones y sin tener de atenerse a esa responsablidad que supone vivir en libertad y sin tutela de un papá Estado y si eso lleva como sacrificio nuestras libertades, lo aceptamos.
En el fondo, somos un país de clara deriva socialista como muestran esos 12.461.246 de votos, total sin Ciudadanos, partido que considero de corte socialista o centro-izquierda, lo cual elevaría la cifra a 15.961.692 de votantes, un 66,2% de los votos válidos según los datos de las últimas elecciones. Pero que los socialistas sean mayoría no es un problema en sí si hubiera una verdadera alternativa liberal, pero no la hay, porque el resto de votos 8.164.716 (33,8%) corresponde a partidos de derecha o centro derecha cuyas ganas de intervención no es menor que el de sus primos.
Los españoles por tanto, claudicamos de nuestra libertad, la delegamos por completo al Estado, a esos políticos que luego una y otra vez nos defraudan y entramos en cólera porque no nos dan lo nuestro. Nos hemos creído a pies juntillas ese contrato que nunca ha existido, ese pacto rousseauniano y hobbesiano que en ningún momento de la historia se ha firmado con el Leviathan. Y es que en el fondo no hemos entendido el juego democrático. Pensamos que nuestra responsabilidad consiste en decidir una vez cada cuatro años, la mano que meza nuestra cuna y una vez realizado, listo, a esperar que nos toque lo que nos corresponde, sin entender que el que espera que le den, o bien se conforma con lo que le entregan o se desespera, sin comprender que si uno desea o quiere algo, debe ir en su búsqueda sin esperar que nadie se lo de servido.
Nuestra tradición política es una muestra clara de porque al final, a los españoles no nos gusta la libertad. Unos han vivido un largo periódo bajo la mano severa pero mimosa de una dictadura que creó los fundamentos y las bases del actual estado del bienestar que padecemos. A cambio de sus libertades, el régimen les ofreció seguridad y los calores de un primer estado benefactor y paternal.
Los otros, los padres de la transición y sus herederos, son o bien los familiares lejanos de esa izquierda combativa y cuasi-comunista que ve en el Estado la solución a todos los problemas, o bien los herederos de ese régimen de derecha católito y conservador, una familia grande como gustaba en la dictadura, pero mal avenida por las grandes difernecias internas. Sin embargo, ambos comparten su amor por ese Leviathan que debe cuidar y esperamos que cuide de nosotros.
Al que aquí suscribe estas líneas, que el ladrón que le quite sus cuartos lo haga con la diestra o la siniestra, le es lo de menos, solo espera que el latrocinio al que se ve expuesto no crezca en cantidad y calidad. Claro que los liberales también tenemos derecho a vivir de ilusiones.
Los españoles por tanto, claudicamos de nuestra libertad, la delegamos por completo al Estado, a esos políticos que luego una y otra vez nos defraudan y entramos en cólera porque no nos dan lo nuestro. Nos hemos creído a pies juntillas ese contrato que nunca ha existido, ese pacto rousseauniano y hobbesiano que en ningún momento de la historia se ha firmado con el Leviathan. Y es que en el fondo no hemos entendido el juego democrático. Pensamos que nuestra responsabilidad consiste en decidir una vez cada cuatro años, la mano que meza nuestra cuna y una vez realizado, listo, a esperar que nos toque lo que nos corresponde, sin entender que el que espera que le den, o bien se conforma con lo que le entregan o se desespera, sin comprender que si uno desea o quiere algo, debe ir en su búsqueda sin esperar que nadie se lo de servido.
Nuestra tradición política es una muestra clara de porque al final, a los españoles no nos gusta la libertad. Unos han vivido un largo periódo bajo la mano severa pero mimosa de una dictadura que creó los fundamentos y las bases del actual estado del bienestar que padecemos. A cambio de sus libertades, el régimen les ofreció seguridad y los calores de un primer estado benefactor y paternal.
Los otros, los padres de la transición y sus herederos, son o bien los familiares lejanos de esa izquierda combativa y cuasi-comunista que ve en el Estado la solución a todos los problemas, o bien los herederos de ese régimen de derecha católito y conservador, una familia grande como gustaba en la dictadura, pero mal avenida por las grandes difernecias internas. Sin embargo, ambos comparten su amor por ese Leviathan que debe cuidar y esperamos que cuide de nosotros.
Al que aquí suscribe estas líneas, que el ladrón que le quite sus cuartos lo haga con la diestra o la siniestra, le es lo de menos, solo espera que el latrocinio al que se ve expuesto no crezca en cantidad y calidad. Claro que los liberales también tenemos derecho a vivir de ilusiones.
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