Eran los 60 y el capitalismo estaba bajo los efectos soporíferos y calmantes de Keynes y su política económica. El economista inglés ofreció una teoría económica basada en lo fiscal que permitía a los gobiernos aumentar la demanda de una economía mediante el déficit y el consumo público. Consecuencia de ello era el postulado de que para que una economía funcione necesita de un Estado que la regule, controle y gestione, dejando de lado al libre mercado y sus fallos.
Bajo esa política, los defensores del Estado de Bienestar (EdB de aquí en adelante) se armaron de un modelo económico que defendía sus tesis y apoyaba la necesidad de la redistribución de la renta.
La filosofía redistributiva dice que como el mercado no es capaz de asignar y recompensar de manera eficaz y justa a todos los actores económicos, el Estado debe encargarse de corregir ese fallo. Mediante una serie de acciones se intenta compensar a los perdedores del sistema de mercado; hablamos de sanidad , educación, pensiones, prestaciones por desempleo, etc.
¿Y cómo lo hacemos? Vía impuestos. Y éstos no son más que una forma coactiva de castigar a los que han tenido éxito en el mercado. La cosa es así: como has comprendido las exigencias del sistema de mercado, te has adaptado y esforzado, el Estado te castiga mediante impuestos para compensara a:
Los que han fracasado
Los que no se han enterado de las exigencias y condiciones
Los que prefieren no hacer nada y esperar que le solucionen los problemas
¿Y qué obtenemos a cambio? Una intromisión en nuestra libertad a cambio de un servicio pésimo, ineficaz y sobre todo carísimo. Sin embargo, el aspecto más crítico desde mi punto de vista no es el anterior, sino la filosofía moral que el modelo intervencionista nos vende.
Hablo de la imagen de un individuo irresponsable, incapaz, fracasado y necesitado de ayuda, que es negligente para gestionar su libertad. Nos dice que nos quedemos quietos y escuchemos los cantos de sirena del Estado, porque ellos si saben como deben asignar nuestros recursos, nosotros no. Su discurso es el de papa, Papa Estado, que se niega a dejarnos crecer, desarrollarnos como adultos asumiendo responsabilidades, pues prefiere niños dóciles y sin aspiraciones.
Bajo esa política, los defensores del Estado de Bienestar (EdB de aquí en adelante) se armaron de un modelo económico que defendía sus tesis y apoyaba la necesidad de la redistribución de la renta.
La filosofía redistributiva dice que como el mercado no es capaz de asignar y recompensar de manera eficaz y justa a todos los actores económicos, el Estado debe encargarse de corregir ese fallo. Mediante una serie de acciones se intenta compensar a los perdedores del sistema de mercado; hablamos de sanidad , educación, pensiones, prestaciones por desempleo, etc.
¿Y cómo lo hacemos? Vía impuestos. Y éstos no son más que una forma coactiva de castigar a los que han tenido éxito en el mercado. La cosa es así: como has comprendido las exigencias del sistema de mercado, te has adaptado y esforzado, el Estado te castiga mediante impuestos para compensara a:
Los que han fracasado
Los que no se han enterado de las exigencias y condiciones
Los que prefieren no hacer nada y esperar que le solucionen los problemas
¿Y qué obtenemos a cambio? Una intromisión en nuestra libertad a cambio de un servicio pésimo, ineficaz y sobre todo carísimo. Sin embargo, el aspecto más crítico desde mi punto de vista no es el anterior, sino la filosofía moral que el modelo intervencionista nos vende.
Hablo de la imagen de un individuo irresponsable, incapaz, fracasado y necesitado de ayuda, que es negligente para gestionar su libertad. Nos dice que nos quedemos quietos y escuchemos los cantos de sirena del Estado, porque ellos si saben como deben asignar nuestros recursos, nosotros no. Su discurso es el de papa, Papa Estado, que se niega a dejarnos crecer, desarrollarnos como adultos asumiendo responsabilidades, pues prefiere niños dóciles y sin aspiraciones.