Manuel Mandianes nos trae un artículo en El Mundo, publicado hoy, con el título de “Semana Santa y posmodernidad”. En él, el autor defiende que “La falta de generosidad y valor, el fanatismo que amenaza a la sociedad desde fuera y el nihilismo que la amenaza desde dentro, son características de la posmodernidad que cifra la felicidad y la dicha en la riqueza, el éxito y el triunfo porque los considera únicas fuentes de placer.” Los grandes males morales y éticos de nuestra sociedad, característicos de la época posmoderna que vivimos tienen su origen en la pérdida de Fe, de la existencia de un hueco espiritual que no somos capaces de rellenar con algo satisfactorio, “La desorientación y el desamparo en que vive la posmodernidad tienen mucho que ver con la falta de un gran relato envolvente y totalizante”, en palabras del autor. Y ello ocasiona la “ansiedad de mucha gente de hoy (que) se traduce en miedo, terror, angustia, inquietud y locura”.
Comparto con el Sr. Mandianes que la posmodernidad y las teorías que la sustentan, acabaron con los grandes relatos de la Ilustración proponiendo a cambio la nada, un vacío ideológico y un relativismo extremo. Sin embargo, no creo que la solución a los problemas de la posmodernidad sea una vuelta a la religión entendida como la defiende el autor.
Para Manuel Mandianes, se hace necesario una vuelta a los ritos, cristianos sobre todo, una vuelta a los fundamentos morales y éticos de la religión. Los males actuales son causados por desterrar el gran relato religioso, cristiano para más señas, el cual deja al individuo sin guía, sin significado, sin camino que recorrer. Vacíos por tanto de valor religioso es normal, según el autor, que se busquen otros valores menos espirituales y más mundanos y cuestionables como los que enuncia al principio: éxito, riqueza, sexo y otros muchos que, como son incapaces de llenar satisfactoriamente ese hueco dejado por la Fe, aboca a una búsqueda constante de los primeros. Todos queremos más éxito, más riqueza, más sexo y nada de lo que tengamos es capaz de cumplir nuestras expectativas.
Yo no creo que la búsqueda de éxito, dinero o sexo sea un problema siempre y cuando, claro está, no se rompan una serie de reglas establecidas para su consecución o causen infelicidad en el individuo que intenta lograrlos. La penalización de estos objetivos no es algo nuevo en el cristianismo, que siempre ha impuesto la austeridad frente a la abundancia, el rebaño al individuo. Otra cosa sería el protestantismo, como tan ejemplarmente explicó Max Weber en su ya centenaria obra, “La ética protestante y el espíritu capitalista”, obra inaugural y cumbre de la sociología. Tampoco el comunismo es muy partidario de esas metas tan mundanas, donde antepone lo comunal a lo personal, con las consecuencias que todos conocemos.
Parece ignorar el Sr. Mandianes que la libertad económica, la libertad sexual y la lucha contra la pobreza tienen parte de su origen, en la lucha contra la religión y la libertad religiosa de las revoluciones liberales de la Ilustración. Cuando la religión ocupaba en centro de lo cotidiano, como ocurría en el feudalismo y la Edad Media; el éxito o la riqueza pertenecían a unos pocos y entre esos elegidos, se encontraban las jerarquías eclesiásticas. Por no hablar, de la censura y las prohibiciones sexuales que se imponían y que gracias a esos ritos de paso que defiende el autor, servían para aumentar el poder y la influencia de la Iglesia sobre los individuos al controlar los momentos más importantes para una persona: su nacimiento, su boda, su muerte, etc. Por supuesto, tampoco ese período tan religioso y álgido para la Fe, supuso un tiempo donde ansiedad, miedo, terror, angustia, inquietud y locura fuesen menores, todo lo contrario.
La única forma eficaz de frenar esos sentimientos y sensaciones tan negativas (miedo, angustia, etc), nos la ha dado la ciencia, sobre todo la neurociencia. Y con ello, la importancia de la educación. Los científicos llevan los últimos años descubriendo que lo que nos provoca miedo es el cambio, que no somos felices porque somos incapaces de disfrutar del trayecto, que nuestro cerebro está programado para no estar programado y que, la tarea más importante que tenemos por delante, es aprender a desaprender. Ello no supone desterrar a la religión, todo lo contrario, sino colocar la felicidad en nuestro cerebro y no hacerla depender de dogmas de ningún tipo.
Comparto con el Sr. Mandianes que la posmodernidad y las teorías que la sustentan, acabaron con los grandes relatos de la Ilustración proponiendo a cambio la nada, un vacío ideológico y un relativismo extremo. Sin embargo, no creo que la solución a los problemas de la posmodernidad sea una vuelta a la religión entendida como la defiende el autor.
Para Manuel Mandianes, se hace necesario una vuelta a los ritos, cristianos sobre todo, una vuelta a los fundamentos morales y éticos de la religión. Los males actuales son causados por desterrar el gran relato religioso, cristiano para más señas, el cual deja al individuo sin guía, sin significado, sin camino que recorrer. Vacíos por tanto de valor religioso es normal, según el autor, que se busquen otros valores menos espirituales y más mundanos y cuestionables como los que enuncia al principio: éxito, riqueza, sexo y otros muchos que, como son incapaces de llenar satisfactoriamente ese hueco dejado por la Fe, aboca a una búsqueda constante de los primeros. Todos queremos más éxito, más riqueza, más sexo y nada de lo que tengamos es capaz de cumplir nuestras expectativas.
Yo no creo que la búsqueda de éxito, dinero o sexo sea un problema siempre y cuando, claro está, no se rompan una serie de reglas establecidas para su consecución o causen infelicidad en el individuo que intenta lograrlos. La penalización de estos objetivos no es algo nuevo en el cristianismo, que siempre ha impuesto la austeridad frente a la abundancia, el rebaño al individuo. Otra cosa sería el protestantismo, como tan ejemplarmente explicó Max Weber en su ya centenaria obra, “La ética protestante y el espíritu capitalista”, obra inaugural y cumbre de la sociología. Tampoco el comunismo es muy partidario de esas metas tan mundanas, donde antepone lo comunal a lo personal, con las consecuencias que todos conocemos.
Parece ignorar el Sr. Mandianes que la libertad económica, la libertad sexual y la lucha contra la pobreza tienen parte de su origen, en la lucha contra la religión y la libertad religiosa de las revoluciones liberales de la Ilustración. Cuando la religión ocupaba en centro de lo cotidiano, como ocurría en el feudalismo y la Edad Media; el éxito o la riqueza pertenecían a unos pocos y entre esos elegidos, se encontraban las jerarquías eclesiásticas. Por no hablar, de la censura y las prohibiciones sexuales que se imponían y que gracias a esos ritos de paso que defiende el autor, servían para aumentar el poder y la influencia de la Iglesia sobre los individuos al controlar los momentos más importantes para una persona: su nacimiento, su boda, su muerte, etc. Por supuesto, tampoco ese período tan religioso y álgido para la Fe, supuso un tiempo donde ansiedad, miedo, terror, angustia, inquietud y locura fuesen menores, todo lo contrario.
La única forma eficaz de frenar esos sentimientos y sensaciones tan negativas (miedo, angustia, etc), nos la ha dado la ciencia, sobre todo la neurociencia. Y con ello, la importancia de la educación. Los científicos llevan los últimos años descubriendo que lo que nos provoca miedo es el cambio, que no somos felices porque somos incapaces de disfrutar del trayecto, que nuestro cerebro está programado para no estar programado y que, la tarea más importante que tenemos por delante, es aprender a desaprender. Ello no supone desterrar a la religión, todo lo contrario, sino colocar la felicidad en nuestro cerebro y no hacerla depender de dogmas de ningún tipo.