Aficcionado desde mi más tierna infancia por el género del terror, la fantasía y la ciencia ficción, he de reconocer públicamente mi estado de felicidad por la explosión de dichos géneros en el ocio actual. La literatura sobre vampiros y hombres lobo; magos, elfos y orcos; futuros apocalípticos y distopías sociales lo copan todo. Tal es el fervor que ninguno de los otros mercados del ocio se ha visto libre: cine, televisión e incluso teatro con la escenificación del Dracula de Bram Stoker en el Centro Dramático Nacional.
Desconocía, eso sí, que el fenómeno acabase también contagiando a la economía, aunque la denominación de "ciencia lúgubre" parezca en un principio dar un ambiente apropiado a vampiros y demás seres del averno. Sin embargo, mi reticencia duro poco al observar que vijeos fantasmas del pasado resucitaban, o son resucitados, por economistas, políticos, periodistas y la más amplia clase de científicos sociales metidos a nigromantes.
El problema radica en que la nigromancia económica se caracteriza, al igual que la magia negra de los libros de terror y fantasía, en la escasa voluntad y facultados intelectuales de los seres resucitados, que cual zombis sin mente, únicamente pueden obedecer las órdenes del mago invocador.
Ocurre con Keynes, que fue el menos keynesiano de los economistas keynesianos, y está ocurriendo con James Tobin y su tasa.
Sin querer jugar el papel de paladine o sacerdote de la luz, personaje por el cual siento poca empatía pues siempre he preferido perfiles más oscuros, intentaré dar voz a los fantasmas resucitados y vilmente manipulados.
Y lo haré con James Tobin, porque aunque Keynes sea el menos keynesiano, como ya he mencionado, de la escuela keynesiana que muchos intentan resucitar, las bases de su economía no están tan desvirtuadas como la Tasa Tobin.
Dicha Taasa, arguyen sus defensores, se trataría de aplicar un gravamen a la transacciones financieras. Olvidada durante muchos años, fue la organización "altermuundista" ATTAC liderada por José Bove quien la sacó de nuevo a la palestra, convirtiéndola en un signo más de las reivindicaciones de los movimientos anti-globalización.
¿Qué opina James Tobin de sus nuevos acólitos? En una entrevista al diario alemán Der Spiegel comenta al respecto: "No tengo ni lo más mínimo en común con estos revoltosos antiglobalización [...] los aplausos más sonoros vienen del lado equivocado. Mire usted, yo soy economista y, como la mayoría de los economistas, partidario del libre mercado."
Y ya no sólo que el economista este disconforme con los que ahora reivindican su tasa, sino que también lo está en la posible aplicación que quieren dar a dicha tasa. En palabras de Tobin: "Yo había propuesto que se pusieran los ingresos a disposición del Banco Mundial. Pero eso no era lo que a mí me preocupaba. El impuesto sobre las transacciones de divisas estaba pensado para amortiguar las fluctuaciones de los tipos de cambio. La idea era muy simple: en cada cambio de una moneda a otra se impondría una pequeña tasa, digamos del 0,5% del volumen de la transacción. Así se disuadea los especuladores. Porque muchos inversores invierten su dinero en divisas a muy corto plazo. Si este dinero se retira de repente, los países tienen que elevar drásticamente los tipos de interés para que la moneda siga siendo atractiva. Pero los intereses altos son a menudo desastrosos para la economía nacional, como han puesto de manifiesto las crisis de los años noventa en México, el Sudeste asiático y Rusia. Mi tasa opondría algo al dictado de los mercados financieros."
James Tobin defiende el uso para el mercado de divisas, no para toda operación financiera como estamos leyendo últimamente en los medios y, por supuesto, que lo recaudado estuviese en manos de un organismo internacional para su gestión y no en manos del Estado, ansioso de tributos desde siempre y mucho más ahora con las contabilidades nacionales rotas. Esta disvirtualización de la idea de Tobin no debe tampoco resultarnos tan extraña si vemos quienes son sus defensores mayoritarios en la actualidad. Por un lado movimientos como ATTAC, organización "altermundista" que muestran una cara supuestamente solidaria, pero que esconde otra mucho más perversa como tan bien ejemplifica uno de sus líderes, José Bové.
Éste lider agrarista partidario de tasar los movimientos financieros es también uno de los más fieros defensores de la Política Agraria Común (PAC), la cual castiga con subvenciones a la pobreza a millones de agricultores del Tercer Mundo, ya que permite que explotaciones agrícolas comunitarias puedan seguir funcionando con precios inferiores a sus costes y perjudicando los productos agrícolas de países pobres, ya que les permmiten competir en precios. De ahí resulta la paradoja de que un litro de leche de Holanda en Zwimbabue sea más barata que la propia leche ordeñada en el país.
Entendemos ahora porque el propio James Tobin se muestre tan disgustado con los que después de algunas décadas, han resucitado su legado.
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