Entrada publicada originalmente en CapitaLibre
Les voy a contar un cuento. Era que se era en un país de sol y castañuelas, amante de la sangría y las fiestas que consiguió unirse a un club de gente muy especial. Este distinguido grupo tenía un señor que decidía cuando se podía prestar dinero muy barato y cuando no, y por aquel entonces, lo estaba casi regalando. Así, los bancos de los diferentes países socios comenzaron a vender préstamos por doquier. En la nación de nuestra historia, lo que vendieron sobre todo fue préstamos hipotecarios, pues los alegres ciudadanos querían todos poseer casa propia y en muchos casos, no solo una, sino varias. Los listos constructores se apuntaron al boom, al igual que las promotoras y durante un tiempo, el paraíso se estableció en la tierra de los hombres. Pero llegó un día en que el señor que mandaba sobre el precio del dinero decidió que debía valer más, y todo el castillo de naipes se desmoronó. Los bancos dejaron de prestar dinero, los ciudadanos tuvieron que pagar más para hacer frente a sus deudas, las constructoras dejaron de levantar más viviendas, las promotoras de venderlas y el Edén se esfumó. Bienvenido a la España de hoy en día.
Así los bancos y las cajas empezaron a llenar sus balances de algo que no esperaban tener, millones de euros en activos inmobiliarios procedentes de las constructoras, las promotoras y los ciudadanos que no podían hacer frente a los préstamos vendidos por esas mismas entidades. ¿Era grave el problema? Pues teniendo en cuenta que habían llegado a prestar 400.000 millones de euros, podemos afirmar que sí.
Las entidades financieras se encontraron de golpe con activos en sus balances que no sabían gestionar pues la actividad inmobiliaria le es totalmente ajena. Desconocían por completo el proceso que va desde la construcción a la venta y lo que es peor, no clasificaban de forma correcta los activos que les iban llegando. Ello suponía además, un coste financiero debido a las provisiones que debían destinar a esos activos y que poco a poco iba erosionando sus resultados. En un momento donde el mercado interbancario se cerró por completo, los ingresos vía activo se fueron al traste, la competencia vía pasivo se iba incrementando de forma vertiginosa y los resultados mermaban por el menor negocio y el aumento de las provisiones, las cajas de ahorro y los bancos comenzaron a sudar la gota gorda. Y por si todo ello no fuera poco, los Gobiernos y los organismos reguladores aumentaban las exigencias de solvencia y capital necesarias para seguir operando, aumentando más la presión.
Y al final sucedió lo que tenía que suceder, algunos quebraron. ¡Pues no!, el Gobierno decidió solucionar el problema realizando una reestructuración del sector, sobre todo en las cajas de ahorro, pero primando más los intereses políticos que los empresariales. Luego prestando dinero gracias a la primera intervención del FROB, más tarde nacionalizando las entidades problemáticas y por último, acudiendo a las arcas europeas con el tan hablado rescate. Y uno de los regalos envenenados que nos trae ese salvavidas europeo es el banco malo.
¿Qué diantres es un banco malo? Pues para empezar no es un banco, pero si que es algo malo. No se trata de una entidad bancaria porque para empezar no tendrá ficha bancaria, un requisito indispensable para ejercer el negocio bancario, sino de una gestora que aglutinará los activos inmobiliarios de las diferentes entidades que así lo soliciten. Su objetivo según el Memorándum de Rescate establecido entre España y la U.E. es "evitar la liquidación de activos tóxicos, fundamentalmente inmobiliarios, a precio de saldo."
¿Cómo diantres realizará esa misión? Comprando los activos a las entidades por un precio por encima del teórico del mercado, lo que han venido en llamar "valor económicamente sostenible en el tiempo". Con ello, según los expertos que han redactado el documento, pretenden evitar la volatilidad que está sufriendo el mercado inmobiliario a corto plazo, ya que nos encontramos, según ellos, en un mercado distorsionado por la falta de demanda y unos precios no fiables. Las ventajas que ofrece dicha solución son que un solo gestor administrará todo el stock y se podrá optimizar el precio sin sufrir los vaivenes del mercado.
Visto así, todo son ventajas ¿no?, pues no. Porque nos están volviendo a contar una gran mentira para volver a sacarles las castañas del fuego a los bancos y cajas. Para empezar, es falso que todas las entidades bancarias no tengan experiencia en el negocio inmobiliario, pues muchas de ellas tenían divisiones e incluso grupos inmobiliarios dentro de sus matrices donde además, eran accionistas de muchas constructoras y promotoras. Puede que no contasen con la experiencia y un conocimiento específico del negocio inmobiliario, pero no les era ajeno en absoluto. Segundo, con las bonitas palabras de "mercado distorsionado", "optimizar precio" y "valor económicamente sostenible" lo que están ocultando es una realidad patente ahora mismo, que los bancos y cajas no están dispuestos a reconocer un deterioro en el valor de esos activos y serán capaces de elaborar cualquier plan maléfico para evitar esas pérdidas y si pueden, incluso lograr algún beneficio. Todo ello sería respetable sino fuese porque para ello están usando dinero que es de todos y no el suyo, es decir, están suprimiendo lo que se conoce como riesgo de mercado utilizando como contrapartida fondos públicos.
Las consecuencias de entrada serán que los precios de los activos inmobiliarios no bajarán hasta el nivel que el mercado está marcado, pues no seamos ilusos, no es que haya falta de demanda, sino lo que existe es una falta de adaptación del precio de la oferta a las condiciones de precio de la demanda. ¿Cómo es ello posible? Porque los bancos y cajas están manteniendo artificialmente el valor de sus activos en sus balances, negándose a valorar a precios de mercado sus activos y asumir las pérdidas que dicha corrección supondría para ellos. Y el Estado, en vez de respetar el libre juego de la oferta y la demanda, decide intervenir para seguir manteniendo esa situación virtual más tiempo.
Es falso que el mercado esté volátil, como defienden los bancos y el Gobierno. La volatilidad en un mercado se entiende como subidas y bajadas en los precios de los bienes en el corto plazo, por ejemplo, si la acción de Telefónica un día sube un 0,25%, al día siguiente baja un 1%, al siguiente baja un 0,75%, luego baja un 0,50% y al finalizar la semana sube un 0,45%. Pero si el precio del bien lleva bajando un año entero, no es que se encuentre en una situación volátil, sino en una tendencia negativa de depreciación, porque los inversores están considerando que su precio está alto.
Otro argumento que utilizan los defensores del banco malo es que no es posible poner precio a los activos inmobiliarios que poseen las entidades bancarias. Una mentira más, porque siempre que exista un mercado, existe un precio, ahora bien, que esta valoración sea la que a nosotros nos guste, eso ya es otro cantar. Como ya he dicho, la demanda está ofreciendo un precio que la oferta no está queriendo asumir. Ahora que el libre juego del mercado no les conviene, deciden que es el momento de que el Estado intervenga, pero no cuando los precios subían sin parar antes del estallido de la crisis, no, entonces si éstos se disparaban año tras año era porque el mercado así lo decidía. Pues bien, ahora el mercado está decidiendo que esos activos valen mucho menos.
Se crea además, un importante riesgo moral (moral hazard) ya que las entidades bancarias no están escarmentado con todo esto, al contrario, la lección que están aprendiendo es que hagan lo que hagan, el Estado vendrá siempre a rescatarlas, convirtiéndose en un club selecto al que los vaivenes del mercado no les afecta cuando las cosas se ponen realmente mal. Mientras que hemos dejado quebrar a empresas constructoras, promotoras, cerrar miles de pymes y negocios pequeños que han aumentado la lista de parados, los bancos y cajas parecen poseer una carta blanca para su salvación.
Y que algunos sigan pensando que esto es un capitalismo liberal....
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