El físico francés Serge Galam modeliza la difusión de las opiniones en el seno de una población y obtiene una ecuación de la inercia de los sistemas democráticos frente a los cambios.
Su idea nació de una observación bastante obvia: las sociedades democráticas necesitan urgentes reformas pero no acaban de adoptarlas, o les cuesta mucho hacerlo, aunque sea parcialmente.
Como buen físico, intentó buscar alguna explicación... física, por supuesto. Cuando algo debe cambiar y no lo hace, es porque surge algún efecto comparable a la inercia de los sistemas mecánicos. La tesis inicial de Galam era bastante sencilla: aunque una gran mayoría de individuos esté a favor de una determinada reforma, esos mismos individuos se van a unir posteriormente para rechazarla.
A esa nueva disciplina se le ha denominado física sociológica, permite transportar las ecuaciones que expresan el comportamiento de la materia a la descripción de los componentes sociales. O, al menos, eso pretende Serge Galam.
Defiende que tiene que existir algún modelo matemático que refleje el fenómeno que pone de manifiesto esta contradicción; a saber, que un sistema democrático acaba engendrando un sistema tan conservador e inmovilista.
Los politólogos saben bien que el que está en el poder tiene cierta ventaja, al menos de partida. Y eso es más claro cuanto más próxima al ciudadano es la elección: por ejemplo, en las municipales es mucho más fácil "repetir" alcalde...
Puede haber varias razones que lo expliquen: conservadurismo natural, prima al poder, organización social "domeñada" poco o mucho... Pero estos mecanismos son complejos y difíciles de meter en ecuaciones. Galam solucionó el problema de manera sencilla: cuando hay igualdad en el voto entre dos tendencias, se mantiene el status quo; o sea que todo sigue igual.
En los sistemas políticos regidos por el centralismo democrático hay una organización democrática piramidal, con niveles jerárquicos superpuestos y sucesivamente más importantes. En el modelo de Serge Galam los representantes se agrupan de cuatro en cuatro en cada nivel para elegir mediante votación mayoritaria a su representante; en caso de empate, se queda el que había (es decir el que se opone a la reforma). Con 50% de personas de oposición en la base (empate entre conservadores y reformistas), las reformas jamás serán adoptadas: el sesgo introducido por los votos mayoritarios en caso de empate supone que ya en el quinto nivel no haya ya ni un solo representante de la oposición. Incluso con un 70% de personas favorables a la reforma, en el séptimo nivel no habrá ya ningún opositor. Pero a partir del 77% de opositores las tornas se vuelven, y al final se adopta la reforma.
Para seguir la evolución de la opinión pública respecto a una reforma determinada basta con seguir las flechas de los esquemas. Todo depende del porcentaje de reformadores al comienzo de las discusiones. Si ese porcentaje está por debajo del umbral crítico, acaba por imponerse el consenso de rechazo a la reforma. Si está por encima, el proyecto es masivamente aceptado. En grupos básicos de discusión formados por cuatro personas, ese umbral crítico es, como antes veíamos, del 77%. Pero este umbral puede variar según el número de personas que formasen esos grupos básicos, aunque en todos los casos es superior al 50%. ¡Las reformas exigen más que una mayoría simple para poder ser adoptadas en los regímenes democráticos!
Las críticas al modelo se las dejo a ustedes, yo por mi parte he de reconocer que sigo impresionado y sorprendido por esta aplicación de la física, las matemáticas y la sociología al campo de los estudios sociales. Habrá más.
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