17 de agosto de 2005

La supuesta exactitud de las ciencias naturales

He hablado ya en este blog sobre la acusación que muchas veces se vierte contra la sociología de no ser una ciencia, basándose los que opinan así en que sus teorías no cumplen con elementos fundamentales de todo método científico: la experimentación, la demostración, etc. Sin embargo, los que hablan así demuestran dos cosas claras: primero, desconocen por completo como trabaja un sociólogo, que como profesional de la ciencia que es sigue un método que podemos denominar sin rubor alguno científico; segundo, desconoce también que las supuestas ciencias puras que el defiende (física, química, geología, biología, etc.), actualmente se encuentran en un proceso de redefinición epistemológica originada por el cambio de una mecánica clásica basada en la física newtoniana a una mecánica cuántica.

No entraré hoy en como es el “oficio del sociólogo” ni sus métodos de trabajo, me centraré en intentar demostrar que las llamadas anteriormente, ciencias exactas, ya no pueden hoy en día, querer ostentar tal privilegio en su denominación.

La exactitud de las ciencias naturales está argumentada y basada en que toda su teoría puede ser contrastada matemáticamente, es decir, al poseer un fundamento apoyado en la matemática, considerada la ciencia exacta per se, todos sus descubrimientos son ciertos, infalibles y una imagen fiel de la realidad que nos rodea. Este mismo argumento se suele usar para atacar a las ciencias sociales para no considerarlas como tales ciencias, defendiendo que sus teorías no pueden utilizar en su método las matemáticas; idea ésta de paso que desprende cierto tufillo que recuerda a una especie de determinismo matemático o dictadura de las matemáticas en el saber científico.

Los dos campos que más se usan habitualmente de las matemáticas en otras ciencias son el algebra y el cálculo, sobre todo el diferencial. Para poder hacer esto, se hace necesario que el científico opere de una manera singular. El cálculo necesita de drásticas reducciones, su objeto de estudio son sucesos y fenómenos que únicamente se pueden expresar linealmente, con funciones o curvas simples, periódicas y graduales. Funciones a la vez que deben cumplir con los postulados de derivación e integración. El problema surge cuando uno comprueba que las funciones que maneja la naturaleza son ecuaciones no-lineales, funciones continuas que no admiten derivadas [1] y por tanto tampoco pueden ser integradas, ¿qué hace entonces el físico, el matemático, el químico?, pues “no solo tiende a maquillar las aristas de cada problema (con pequeñas oscilaciones, suaves ondas, mínimos cambios de temperatura), sino que linealiza las ecuaciones de antemano, ya al plantearlas, omitiendo pura y simplemente su versión no-lineal o cualitativa.” [2] Algo tan simple como la función que describe el remolino que se produce cuando quitamos el tapón de una bañera, no puede realizarse mediante el cálculo diferencial (ecuaciones lineales); por no hablar ya del estudio de partículas cuánticas, los cambios de temperatura en sistemas abiertos, la producción de una determinada enzima, etc. Otro ejemplo son los fractales, figuras geométricas que “tienen siempre en común presentar longitudes infinitas dentro de áreas finitas [...], así como una sencillez no menos abrumadora. Su estructura se resuelve en una sola propiedad (la autosemejanza), combinada con una constante de escala (la dimensión de Hausdorff), que mide el grado de irregularidad en casa caso. [...] cada fractal es un objeto.” [3] Estas representaciones geométricas tienen además la peculiaridad de que no pueden ser interpretadas como ecuaciones lineales, algo impensable para la geometría clásica euclidiana.

Las ciencias naturales han descubierto que los procesos básicos de la naturaleza no tienen un orden establecido, no hay una regularidad; más bien todo lo contrario, el caos y la libertad lo dominan todo. Un ejemplo claro de cómo el azar, anteriormente rechazado a muerte por cualquier científico que quisiese considerarse a sí mismo como tal, ha entrado de lleno es la física cuántica. Si uno decide estudiar la trayectoria de un quark se encuentra con una desagradable sorpresa, su rumbo es caótico, aparece y desaparece sin un claro sentido, y si decidimos trazar una línea que una los puntos donde se manifiesta, lo único que conseguimos es un galimatías sin sentido. El mismo quark, soltado imaginariamente en Madrid, puede aparecer en Barcelona la primera vez, en Sevilla la segunda, ir a A Coruña una tercera y repetir Barcelona una cuarta vez; si continuamos el experimento más veces, comprobamos que ha visitado tantas ciudades como ha querido, sin un claro sentido, que ha repetido otras muchas, prefiriendo unas sobre otras; el azar parece que es lo que lleva a un quark de un lado para otro. Y lo único que puede hacer un físico cuántico es ofrecer una posibilidad sobre el destino elegido del quark, es decir, ofrecer un dato que puede cumplirse o no.

Pero no sólo la física se ha visto afectada por el caos, la química, sobre todo la termodinámica también ha caído bajo sus influjos. La primera ley de la termodinámica enuncia que la energía ni se crea ni se destruye únicamente se transforma; ésta ley obliga a que todos los sistemas sean cerrados y no tengan contacto con otros sistemas. Por su lado, el segundo principio de la termodinámica, “manifiesta que se produce en todo sistema físico aislado una magnitud llamada entropía cuyo valor tienda a aumentar hasta alcanzar el máximo posible o bien, en el caso más desfavorable para esa magnitud, su valor en el transcurso del tiempo será igual a cero.” [4]. Y como dice Prigogine: “el segundo principio afirma que un sistema aislado evoluciona espontáneamente hacia un estado de equilibrio que corresponde a la entropía máxima, es decir, al mayor desorden.” [5].

Azar, probabilidad, caos, libertad, elección y otros muchos son conceptos nuevos para las ciencias naturales, problemas que no pueden resolverse como ya hemos mencionado por el uso del cálculo. Sin embargo, las ciencias sociales llevan desde sus inicios prestando atención a estos fenómenos, para ellas no son conceptos nuevos que supongan un problema en su formulación teórica, sino que desde sus inicios, han formado parte de ellas y no por ello han ofrecido resultados menos científicos o menos reales. Ahora a todos aquellos que defienden que la sociología, la economía, la psicología no ofrecen verdadera ciencia sólo les quedan dos caminos: reconocer el rango de ciencia a las disciplinas de la ciencia social; o bien eliminar la etiqueta de ciencia a las ciencias naturales.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] En el cálculo diferencial la condición necesaria para demostrar que una función es continua es que dicha función tenga derivada.

[2] ESCOHOTADO, Antonio (1999): Caos y Orden. Editorial Espasa Calpe. Madrid. pág. 70

[3] ESCOHOTADO, Antonio (1999): Caos y Orden. Editorial Espasa Calpe. Madrid. pp. 89-90

[4] RUANO GÓMEZ, Juan de Dios (1996): Auto-organización: entre el orden y el caos. Universidad de A Coruña, Servizo de Publicacións. A Coruña. pp. 32-33

[5] PRIGOGINE, Ilya (1988): ¿Tan sólo una ilusión?. Una exploración del caos al orden. Tusquets. Barcelona. pág. 308.

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