Uno lleva ya unos cuantos años estudiando sociología y se ha percatado de que, desde que comenzó sus estudios, es más fácil encontrar una aguja en un pajar que un sociólogo liberal. Debido a ello, las dudas me asaltan e incluso en algunos momentos de flaqueza y debilidad, he llegado a pensar que me he equivocado a la hora de elegir mi futuro laboral. Sin embargo, en esos momentos de confusión, uno recuerda que ser liberal es defender algo fundamental: la libertad.
Hoy, mientras disfrutaba de un café, leía un artículo del profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, Fernando Álvarez-Uría, titulado “Londres: otros tiempos difíciles”; y otra vez un escrito desde la sociología ataca el liberalismo, sin percatarse, a mi entender, de las consecuencias no deseadas que hacer dicha ofensa supone.
Álvarez-Uría comenta en dicho artículo, como la elaboración del Informe Beveridge y la aparición del Libro Blanco de la política de empleo, pero sobre todo el primer documento, fueron claves para la resistencia de los londinenses en el asedio constante durante la II Guerra Mundial por parte de la aviación nazi; en palabras del propio autor: “El Gobierno imprimió 650.000 copias, que circularon suscitando animados debates y la conciencia de los ciudadanos de estar luchando por un mundo mejor dio ánimos a una población asediada por la muerte, los incendios y la devastación provocados por las bombas alemanas”. Personalmente creo que los londinenses resistieron porque si eran derrotados, es decir, si los nazis se alzaban victoriosos, perderían algo que amaban por encima de cualquier cosa, su libertad. Pero para Álvarez-Uría, eso no era importante, la libertad de los londinenses se encontraba para ellos en un segundo plano, lo realmente valioso para los ciudadanos de Londres de entonces era un plan para aumentar los impuestos, las cotizaciones, el paro y la rigidez laboral.
La mención a este acontecimiento de la historia de Europa sólo es una excusa, la intención del artículo en cuestión es relacionar los atentados terroristas ocurridos en los últimos años, son fruto de haber olvidado y abandonado los postulados del Estado de Bienestar, sobre todo del modelo keynesiano; cito textualmente: “Los pilares para el Estado social keynesiano no se levantaron en tiempos difíciles de sufrimiento y dolor, tiempos en los que proliferaban, como en la actualidad, los crímenes contra la humanidad”. Defiende, por tanto, el autor la idea de que si se extendiese el modelo de Estado de Bienestar, los atentados terroristas no tendrían porque haber ocurrido, que la culpa de que se hayan cometido es, en última instancia, de los dos demonios preferidos por todos los intelectuales iluminados: el capitalismo y el liberalismo. Como si en los países de procedencia de los terroristas fueran ejemplo de sistema de mercado y libertad individual.
El discurso anticapitalista al que recurre para explicar los males que padece el mundo en general es bastante errado, pues parece que debemos recordar que capitalismo y democracia van cogidos de la mano; el capitalismo es imposible de llevarse a cabo completamente en sociedades donde no exista un sistema democrático, el cual debe defender los derechos fundamentales de libertad, seguridad y propiedad privada.
Este artículo es sólo uno entre los muchos donde un profesional de la sociología se encierra en un antiliberalismo y anticapitalismo incomprensible y fuera de toda razón intelectual. La Sociología y sobre todo en España, parece haber olvidado las consecuencias de las políticas keynesianas que acabaron, en su clímax, en la crisis de los años 70, donde las medidas de intervención estatal en la economía supusieron la aparición de situaciones peligrosísimas para cualquier economía: inflación, paro, déficit y deuda estatal.
Los sociólogos del pensamiento único, y lo son la mayoría de los sociólogos que conozco, defienden un modelo de gestión donde está permitido la coacción, los impuestos, el igualitarismo mal entendido y lo que es peor de todo, los ataques constantes contra la libertad de los individuos. Defienden un Estado sobredimensionado de funciones y tareas, imbuido de poderes que nadie es capaz de controlar, dueño y señor de todas las decisiones que, nos guste o no, toma elecciones por nosotros y las financia con nuestro dinero, recaudado de forma coaccionada mediante impuestos. Parecen ignorar que cuando defienden la rigidez laboral, realmente están defendiendo trabas para que una persona tenga mayores posibilidades de encontrar trabajo; que cuando apoyan un sistema de pensiones y seguridad social, están obligándome a que acepte un estado paternalista que cuide de mí y me diga lo que tengo que hacer.
En qué momento, estimados colegas, nos hemos puesto la manta en la cabeza y perdimos en rumbo en la defensa de la libertad; cuándo ocurrió el fatídico día en que, nosotros que tan cerca estamos de las personas, decidimos coger el camino del intervencionismo y el paternalismo estatal; qué pasó por nuestras mentes cuando decidimos apoyar la coacción y olvidarnos de que si perdemos nuestra libertad, lo perdemos todo; pero aún queda lo más importante: ¿cuándo veremos nuestro fatal error y volveremos a ver el norte?
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